JUEGOS INFANTILES (II)

 

 Octavio Hernández Jiménez

 

Los juegos se fueron modernizando en el sentido más precario del término. Jugaban con una rueda de caucho sacada de una llanta en desuso que, con un palo en la mano, uno la hacía avanzar por la calle. Qué conductor se sentía uno.

 

No había zancos largos como los que se vieron, entre finales del siglo XX y comienzos del XXI, en vistosos desfiles. Los muchachos gozaban con dos tarros de leche en polvo Klim, de unos 20 centímetros de largo, se les hacían dos rotos con una puntilla y por ahí se metía una cabuya. Uno se paraba encima de los tarros y con las manos avanzaba agarrando las cabuyas. Eran los zancos de la época. Otros cogían dos palos de un metro con cincuenta centímetros de largo, como de azadón o regatón, le ponían dos repisas y los niños se encaramaban en esa otra especie de zancos.

 

Se enjabonaban pedazos de tabla, o se les untaba parafina,  por debajo, y los muchachos se montaban en ellas por un potrero abajo.

 

La muchachada recurría a los clásicos juegos infantiles como  el escondidijo por subterráneos en altas casas de bahareque y por cafetales sembrados con arábigo, vuelta canela por potreros y barrancos, carrera de  encostalados, policías y ladrones, vuelta a Colombia con carritos improvisados de cajas de madera en que venía el arequipe o de latas  en que vendían las galletas, sun-sún de la calavera, brinca-la-cuerda, columpios armados ingeniosamente en las ramas de los árboles, la gallina ciega tanteando en el aire, caballos de madera fabricados con palos de  escobas en uso de buen retiro.

 

Las bolas de cristal ejercían fascinación única sobre los niños; las había ‘petroleras’ de color azul petrolizado, las ‘lecheras’de color blanco opaco, los ‘bolonchos’ que eran las bolas grandes y había otras pequeñitas; se jugaba ‘pipo y cuerta’, ‘cuadro’ y ‘rompehuesos’ llamado así por el castigo que se inflingía al perdedor dándole golpes con la bola de cristal en los dedos de la mano: qué dolor. Si un muchacho se caía y se repelaba las rodillas o las manos, no podía llorar pues le gritaban: No llore que para eso es hombre. Puro aguante. Para que dejara de lloriquear le sobaban en el sitio del golpe mientras le repetían: “Sana que sana,/ culito de rana,/ si no sanas hoy/ sanarás mañana”. Y como si nada, continuaba en la jugarreta. Sanseacabó.

 

Los juegos de los niños anteriores a la sociedad de consumo resultaban económicamente más baratos que los actuales. Faltaban años para que aparecieran los juegos electrónicos, los celulares y las tablets. No era extraño ver muchachos sudorosos y sucios por hacer tanto ejercicio físico; luego, los muchachos se tornaron pálidos y las mamás no los dejan salir de miedo a los atracadores. Niños aislados, mudos aunque conversen por dispositivos electrónicos que dominan a la perfección.

 

En el juego de trompo, machuque, pelotas de caucho, pipo (o bolas de cristal), en vez de dinero real, los perdedores pagaban con los emboltorios en que venían los cigarrillos; los paquetes de marcas costosas o extranjeras valían más y las cajetillas de cigarrillos Pielroja y Caribe eran las de menor valor. Los bolsillos de atrás, en los pantalones de dril que usábamos en ese entonces, se reservaban para cargar los bultos de cajetillas, hasta desbaratar la ropa.  Los yoyos y los valeros venían (y vuelven) por temporadas. A veces nos entreteníamos enredando una pita entre los dedos de las manos para formar escaleras, palomas, estrellas,  patas de gallina, jirafas y demás imaginaciones.

 

***

 

Las niñas jugaban con pelotas de caucho que rebotaban contra las paredes mientras daban una palmada con las manos atrás de las espaldas,  saltaban la cuerda por horas y horas, en el patio o en la calle pues los carros eran escasos y se entretenían con muñecas como aprendizaje de la futura misión de madres; gustaban de la rayuela y del ‘yeimis’ con tapas de gaseosa en mitad de la calle; el grupo de dividía en dos bandos que buscaban tumbar las tapas; el otro bando empezaba a correr detrás de ellos y los ponchaba.

 

Había ciertas concesiones: Niñas y niños jugaban  “la lleva” en que se daba un golpe a otro jugador que tenía que buscar a quién ‘pasarla’. Las niñas, irremiables amas de casa, no temían otra opción a no ser que se fueran de monjas, hacían comitivas en los solares o subterráneos e invitaban a sus amiguitos u  organizaban misas y procesiones en las que ciertos niños de madres apegadas al culto católico, (Guillermo Valencia, Jaime Escobar, Olimpo González), revestidos con ornamentos al estilo sacerdotal elaborados por las mamás de ellos, presidían remedos de misas mientras los demás niños y niñas los seguían cantando por la calle y, en el templo improvisado en cualquier pieza desocupada de sus casas, soportaban los más absurdos sermones de quienes,  paradójicamente, no alcanzaron a ser curas de verdad.

 

Una jugarreta era hacer zepelines o ‘palomas’ con hojas de cuaderno o revistas y encaramarse a lo alto de los barrancos a lanzarlas para salir corriendo a recogerlas, abajo, en la hondonada, subir y volverlas a lanzar. Triunfaba aquel que, con la colaboración del viento, su ‘paloma’ cayera más lejos. Se bamboleaban y se iban en picada. Las hélices podían ser de papel, cartón o latas recogidas en el taller de Juan Romero, el latonero del pueblo.

 

Otra jugarreta era hacer ‘marranitas’ con un carretel del hilo que utilizaban las señoras en sus labores de costura, fuera de un pedazo de vela (o esperma), una banda de caucho y un palito de bombón. Esos eran los primeros vehículos hechos cuando niños y que se movían lentamente; a veces con gran velocidad antes de parar y volver a darle cuerda.

 

No se compraban sino que cada quien fabricaba cometas con varillas de guadua, papel de seda, piola y engrudo hecho, en la cocina, con almidón; qué felicidad ver como movían la cola de papel cortado en tiras; luego llegó el plástico.

 

Otro juego que necesitaba destreza era tirar cauchera pues casi siempre había que fabricarla. Con esos aparatos se hicieron muchos daños en la naturaleza y en las casas. En la onda de caucho se ponían desde pedruscos y guayabas verdes hasta bolas de cristal. ¡Qué mamonazos! A veces había guerra de caucheras con potreros como campos de batalla y bandos contrarios. De milagro no hay una legión de tuertos.

 

 

 

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