LA 23, ZONA ROSA DE MANIZALES, EN EL SIGLO XX

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Una amiga de edad indefinible me comentaba que la carrera 23, entre el Parque Fundadores y el Parque Olaya, fue el lugar en donde manizaleños y manizaleñas aprendían las recetas para ser elegantes. La siguiente etapa, iniciada en los diez años finales del siglo XX y que se ha agudizado en las dos primeras décadas del siglo XXI, ha tenido como escenario el sector de El Cable.

 

Cuando las ceremonias de rechupete se oficiaban en la Catedral, los asistentes a la misa mayor, a los cortejos matrimoniales o fúnebres, pasaban triunfantes por la Carrera de la Esponsión (carrera 23). Por ahí pasaron a caballo los desfiles de generales vencedores en las guerras civiles,  manifestaciones altaneras de prohombres de verbo enardecido, reinas rubicundas en carrozas de hadas, los entierros de  Raimundo y todo el mundo y,  en cada junio, las interminables procesiones del Corazón de Jesús, apoteósico acto de una caldensidad que se renovaba de rodillas y que, en la segunda parte del siglo XX, desapareció por substracción de materia.

 

Fuera de negociantes y compradores de toda condición social, la Carrera de la Esponsión contó con espacios habitualmente frecuentados por hombres y mujeres de alta posición social que se hacían ver en esta vía luciendo sus costosos encantos. Antes de salir de casa, el novio le decía a la novia: ¡Ponte chic que te voy a sacar! Frecuentar la 23 era la mejor manera para alcanzar la notoriedad.

 

El centro fue zona rosa para guerreros de la noche. Todavía los negocios para departir amigable o amorosamente no se habían trasladado para El Cable, Milán, Plaza de Toros, Alto Tablazo y, por segunda vez, a Chipre que, entre el siglo XIX y el XX, fue zona de candela. 

 

Con los recuerdos de las décadas finales del siglo XX, podemos iniciar el recorrido desde Fundadores hacia el centro para encontrarnos con:

 

La Canasta: Tenía unas  ollas de barro en cada esquina y, dentro, los bafles. Así trataban de darles buena acústica. A media luz. Música de los años sesenta. El Zulia: con mujeres bonitas. Entre los años setenta y cinco y ochenta. Se bebía licor de ocho de la noche a ocho de la mañana.

 

El Parnaso: lugar de encuentro de intelectuales e intelectualoides. En donde funcionó el Colegio de Cristo había empezado a funcionar la Universidad Cooperativa, luego Universidad de Manizales, para rematar como Liceo Isabel La Católica. Estas instituciones educativas surtieron de personal a El Parnaso. Muchísimos de los asistentes se creían poetas, como en el Parnaso griego. Alguien gritaba en la calle: ¡Poeta!, y miraban todos.

 

Las Cabañuelas: Ventanería falsa al estilo de Granada o de Sevilla. Ahí asesinaron al dueño, un italiano, pocas horas antes de abrirlo para su reinauguración. Hechizada: Lugar pequeño pero acogedor. Estilo barra. Todos parados en el mostrador. Si se abrían los brazos las manos quedaban en la calle.

 

El Cid: Se jugaba billar y luego a beber aguardiente a ritmo de tango. Bar Caldas, luego Madrigal cuando salió ese disco que dio mucho palo, en la esquina del Parque del mismo nombre. Pasado el tiempo se convirtió en cacharrería y después en venta de pollo asado. La Cascada: esquina del Parque Caldas, sobre la veintitrés con veintinueve. Bailadero tenaz.

 

El Rhin: en el actual Parque Ernesto Gutiérrez Arango, a un costado de La Inmaculada. El mostrador era de baldosas semejante a una carnicería o un orinal. Rosedal: Veintitrés con veintiocho. Las mejores mujeres de esta clase de negocios en toda la ciudad. ¡Qué lujo! Los viernes y sábados se vestían como para un baile en el Club Manizales. Los clientes entraban como en el oeste, batiendo puertas.

 

Si un grupo de mujeres elegantes buscaba reunirse a solas, en barra, tomando un té con pastelitos, se metían a La Suiza que se prolonga en la calidad de sus productos y en su sede alterna por los lados del Cable. Dominó: A este lugar público entraba personal escogido de la ciudad. Mujeres y hombres. En las tardes de los domingos entretenían a los asistentes con música de cuerdas. Las novias se sentían muy bien atendidas alrededor de un toncolis o un cuba-libre.

 

Safari: sitio de combate. Se aprendía a bailar con cualquier vieja sin conocer su nombre, imaginando su historia y sin ningún compromiso. Nada menos que frente al Club Manizales. Como para cambiar de ambiente. Voces del Ayer: sus voces son tan viejas como el ayer que evocan.

 

La Tuna: en donde queda el Centro Comercial Hera. Música mexicana. “Extraimpactos viejitos”. Café Adamson: ahí funciona Zapatos de Película. Allí se tomaba tinto o aguardiente y se jugaba dominó, parqués o dado.

 

Los Faroles: debajo del Adamson. Tremendo espectáculo de tango. Allí estuvimos con Belisario Betancur, presidente de la república, después de salir del Club Manizales, a finales de 1985 cuando venía semanalmente a tratar el tema de la reconstrucción de los daños causados por el volcán de El Ruiz. Bellas mujeres de edad indefinida. La Ronda: En el Edificio Cuéllar, bajando a la 24. Lo máximo como fuente de soda. Se escuchaba baladas y se bailaba como en los mejores años setenta.

 

Caracol Rojo: Frente al Banco de la República. Mujeres chéveres. De día tintiadero y de noche cerveceadero. Ahí se metían los escritores a celebrar el lanzamiento de sus libros luego de hacerlo en el Banco de la República. Sonaba “La Bohemia” de Charles Aznavour como en su sitio de origen. Las chicas se sentaban a oír hablar de literatura y otras yerbas.

 

La Porra Taurina: enseguida de donde instalaron a Frisby, venta de pollo con fórmula norteamericana. A comienzos del siglo XXI funcionaba un almacén de discos, en el espacio ocupado por la Porra. Cuando era taberna pendían de las paredes rojas unas cabezas enormes de toros de casta. Ahí, muchos celebraban las corridas exitosas de ferias, luego del paseo por la veintitrés.

 

Club de Ajedrez: Café, billar, ping-pong, cartas y tribunas para brujear a los que pasaban. Encima de la que fue Librería Palabras. Asistían personas sin trabajo pero con malos pensamientos. Dragón Rojo y Piano Bar: Pasaje de la Beneficencia. Dotado de piano y otros instrumentos para los contertulios con habilidades musicales. Romántico, en la penumbra y rosas en las mesas. Años setenta.

 

La Cigarra: Más que un café fue un tertuliadero. Fundado por Alberto Robledo Arias, en 1955. Por esos años y los siguientes, sitio de encuentro de cafeteros y ganaderos pues ahí cerca quedaban el Comité de Cafeteros de Caldas y el Fondo Ganadero de Caldas. Los contertulios hacían alarde de los millones y millones que les había dejado la cosecha y luego hacían colecta, entre todos ellos, para pagar los cuatro o cinco tintos que habían consumido. Debido a eso, una mesera de La Cigarra dijo un día que no había nadie más parecido a un pobre que un rico de Manizales. A finales y comienzos del siglo XXI, su clientela fue la del vecino Palacio Nacional, restaurado luego como Palacio de Justicia. Tinterillos a caza de clientes de última hora. En la época en que la guerrilla y los paramilitares azotaban el oriente y el norte de Caldas, última década del siglo XX y primeros tres años del siglo XXI, varios alcaldes que tuvieron que huir de sus pueblos establecieron sus despachos improvisados en este café. Durante toda su historia, se escucharon en La Cigarra los más suculentos chismes de la política local, regional y nacional. Murió por substracción de materia, en el año 2012. Vendieron la prima para poner ahí un almacén de calzado importado de china a precios de remate.

 

Bochica: En la esquina del Edificio Estrada. Siempre ha existido. Sitio de encuentro de constructores y operarios. El Graduado: Con el título de una película exitosa de finales de los sesenta y comienzos de los setenta. Entre la vieja Caja Agraria y el Edificio Estrada. Con mezanine. Era otro sitio violento para tirar paso. Oso Yogui: Cafetería en donde instalaron, luego, el Almacén Don Mario. Años ochenta. Astor: Subiendo la cuesta hacia el Parque Olaya. Café y billar. Jugadero de cartas. Al frente, el Viejo Polo.

 

Por estos últimos lugares se enrutaba uno para Arenales, zona de tolerancia hasta los años ochenta del siglo XX. Libaniel, Alberto, Emma, donde se tomaba licor como bestias asoleadas y, para bailar, como en cualquier parranda costeña, se salía al patio. Estrella, sus disfraces y tropeles. Tico-Tico y la Bamba, al frente. Vámonos pa’la Bamba que aquí no hay nada. Restaurante La Rueda (en Arenales) con sus platos cargados de cominos. Lugar de bohemia y borrachos con hambre.

 

De aquella época sobreviven  intensos recuerdos en la memoria social. Un manizaleño de racamandaca recuerda así esos tiempos: Para levantar viejas no había como La Ronda, Dominó,  las Torres del Centro frente al Hotel Las Colinas (sucursal de las Torres de Chipre y las del Cable), la Tuna, la wiskería  de Domo y otros metederos que ya teníamos bien analizados. Para comer bueno y barato sí que había lugares apropiados y a media tarde nos metíamos a tragar albóndigas y salchichas suizas a donde Mister Albóndiga, en el Parque Caldas, o empanadas con un pique delicioso en La Canoa y pasteles en La Suiza.

 

 

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