LAS CHIVAS DE MANZANARES (CALDAS)

 

Octavio Hernández Jiménez *

 

De Manzanares tengo gratos recuerdos aunque no sea de allá y mis pocas visitas siempre hayan sido fugaces. Todo es deleitoso, desde la pronunciación de su nombre que sabe a tentadora fruta terrenal.

 

Estar en su plaza-teatro, en el recorrido por sus calles o sus casas tradicionales, mirando la neblina remolona que se posa en los cerros empinados; provocar o responder al trato de sus gentes, es alcanzar una de las experiencias más optimistas que se puedan tener, en alguno de los pueblos de esta arisca región.

 

Mis experiencias, desde antes de recorrer por primera a Manzanares, en el oriente caldense, son dignas de no ser olvidadas. Su importancia, fuera de toda duda, se me reveló cuando leí, por primera vez,  el catálogo de manzanareños ilustres comenzando por Bernardo Arias Trujillo, José Joaquín Montes Giraldo, Sergio Trujillo Magnenat y Néstor Villegas Duque. Estos nombres están inscritos con letras de oro en la historia de Caldas, por lo que podemos dejarlos para un día más próximo al sesquicentenario que se celebrará a finales del mes de junio de 2013.

 

Por ahora, para calentar motores con miras a esa efemérides, hablemos de las chivas o buses escalera de Manzanares que constituyen el conjunto más artístico que nos pueda ofrecer conglomerado alguno, un sábado de mercado, estacionadas como elefantes enjaezados alrededor del Parque de Bolívar a la espera de que los campesinos vendan parte de su cosecha cafetera, si es que la hubo, y compren, en la plaza de mercado, tiendas y almacenes lo necesario para la semana.

 

O que vayan a hacer diligencias en el banco, la alcaldía, el templo de noble piedra y multicolores vitrales, o, a lo mejor, que hagan sus negocios al calor de unos aguardiantes Manzanares, de ese color amarillo añejado, en la fábrica de licores de Caldas, para los que conocen de sabores autóctonos. El de la caña gorobeta.

 

En una de las ocasiones en que estuve en Manzanares, me contó Chucho Giraldo, el de la Empresa Arauca, que Arias, uno que fue policía, era el que pintaba antes, las chivas que recorrían la geografía del oriente.  

 

Después, empezaron a llevarlas a Medellín donde Juan G. Echavarría, donde Rivera o a Sonsón donde el pintor Barros, como se puede leer entre los arabescos de colores.

 

Cuando regresan estrenando chiva, por derecho propio, ingresan al patrimonio artístico del municipio, sin necesidad de decretos. En ese momento, son objeto de  observación atenta, de embeleso para unos y de opiniones encontradas, en otros casos. Los propietarios sienten el mayor orgullo y los usuarios aspiran a disfrutar de cómodas satisfacciones.

 

Chucho me señaló, como si estuviéramos en una feria exposición, la Chiva del Niño, la chiva de don Helí, la chiva del Huevo, tres del Godo Marín, la chiva de Toñito, la chiva de don Félix, la chiva de Néstor Duque, la chiva de Marquetalia y otras más que entraban y salían cuál de todas más alegre y festiva.

 

En la parte trasera, enrejadas para que no las estropeen los que suben y bajan los bultos, lucen las imágenes del Corazón de Jesús, patrono de Colombia; el Divino Rostro, entre un nido de espinas; el Divino Niño con las manos en alto pidiendo un abrazo o pidiendo auxilio entre una selva de imaginarios rascacielos; la Virgen del Carmen, patrona de los conductores; María Auxiliadora, “una devoción a la que eran muy adictos los de Medellín”; el tren del mural en Ondas del Otún, en Manizales; un nevado entre una pagoda y unos cerezos japoneses y, como si no bastara, una chiva que llevaba atrás la representación de la misma chiva…

 

Todo son colores planos, sin perspectiva, en los que, luego, se fijarían las artistas Beatriz González o María Paz Jaramillo… La santandereana y la caldense. Mostrario artístico de la cultura popular paisa. De una tendencia del arte y de una técnica no aprendida en academia alguna.

 

Uno de los propietarios me comentó que los motivos de la decoración los imponía el dueño asesorado por los amigos o la esposa, pero que las combinaciones de colores, los tipos de letra y los arabescos que rodean el vehículo por los cuatro lados, eran asunto del pintor. Ahí dejaba ver su creatividad. “Uno confía en él. Para eso se hace el viaje hasta allá y espera el turno que puede durar varios meses, de acuerdo con los pedidos que tenga. Al fin y al cabo cada uno sabe lo que tiene que hacer antes de entregar el trabajo a entera satisfacción. Y, a usted, ¿qué tal le parece mi chiva?”