LEONARDO DA VINCI, “PRIMERA MENTE MODERNA”

 

Octavio Hernández Jiménez

 

Después de haber asistido, paso a paso, en el Claustro de La Enseñanza, en Bogotá, a la muestra sobre “Leonardo, el Genio”,  comenté a mi amiga S. Garavito, en la Galería El Museo, que era extraño que nuestra cultura escolar hubiera ofrecido, durante tanto tiempo, la imagen de un Leonardo artista en vez de un Leonardo científico o por lo menos la idea de un hombre devorado por la llama ardiente de un saber universal.

 

Ella expresó que Leonardo (1452-1519) se había preocupado por  aspectos del conocimiento, como la anatomía del cuerpo humano y del caballo, el vuelo de las aves, la perspectiva y otros campos, porque en su afán perfeccionista quería comprender los secretos más íntimos de las cosas para que sus pinturas transmitieran la sensación de la perfección. Para ella, Leonardo seguía siendo el Pintor.

 

Este aspecto no se puede descartar. Son célebres los dibujos y bosquejos que hizo Leonardo, muchos de los cuales reposan en poder de la familia real británica,  en que se ofrece la belleza del cuerpo humano, la armonía anatómica de sus miembros, de los músculos, del tórax, de los pulmones y los bronquios, estudio de la voz, diversidad en los movimientos de la mano que ayudaron a hacer esquemas de las metralletas, del corazón cuyo saber, oculto entre anotaciones incomprensibles, apenas se utilizó hace  décadas para los trasplantes cardíacos.

 

Lo anterior, al lado de extraños dibujos sobre el útero de la vaca, los estudios del feto humano acompañados de bellísimos dibujos, la soberbia de los caballos como los bocetos para el monumento en bronce al tirano Ludovico el Moro y el misterio poético en el vuelo de los pájaros. El artista explicó como si se tratara de otro Freud, que su idea fija por las aves se remontaba a cuando era un bebé y vio como un águila se había precipitado sobre su cuna. De ese terror nació una obsesión que no lo abandonó jamás.

 

RENACIMIENTO

 

Sin embargo, mi amiga olvidó que Da Vinci no se preocupó únicamente por la pintura y lo relacionado con ella como la extracción de los colores, nuevas formas de hacer los murales (en lo que fracasó como en la Última Cena), de combinar sustancias aún no utilizadas en los cuadros, como metales, minerales y extractos vegetales sino que este genio incursionó en 1672 campos distintos del saber humano.

 

De las 24.000 páginas que se supo que escribió en forma de códices “sólo” se conservan 8.000 que ya de por sí es una cantidad desmesurada. Y más, sabiendo que, debido a la escasez y precio del papel, ocupaba una misma hoja con anotaciones sobre varias materias, en cuanto campito le quedaba libre.

 

También se explica lo anterior pensando en que su mente era una cascada de ideas novedosas que se atropellaban por fluir. En el siglo XV, se rompía con las ideas clericales de  la Edad Media. El enfoque no era Dios sino el Hombre. De ahí el nombre del nuevo movimiento cultural: Humanismo, promotor del pensamiento independiente.

 

No escribió en latín como la gente culta de la Edad Media. Lo hizo en italiano aunque redactaba intercalando signos gráficos inventados por él y escribía de izquierda a derecha, al estilo de varias grafías orientales, para no ser copiado por contendores suyos. No dejaba escapar nada que se le insinuara mentalmente y que contribuyera a la ampliación del conocimiento y los avances de la técnica.

 

En sus estudios anatómicos sobre los huesos humanos, sus dimensiones y formas de movimientos trató de explicar mecánicamente por qué los humanos podemos hacer unos movimientos y no otros, por qué podemos alzar unos pesos y nos dejamos vencer por otros.

 

El saber anatómico se condensa en el famoso esquema “Hombre de Vitruvio” que explica las proporciones matemáticas del cuerpo humano. Entre los pies y la cabeza existe la misma distancia que entre las puntas de las manos plenamente abiertas. “La razón áurea”. Todo es gobernado por las proporciones.

 

Máquinas para tratar metales, para observar la velocidad de rotación, la rueda de Arquímedes, movimiento rotatorio rectilíneo, sistemas de poleas para equilibrar los pesos, grúas, tornos para hacer tornillos, arietes para subir agua, aparato para medir distancias.

 

INGENIERÍA MILITAR

 

El renacimiento italiano se caracterizó en lo político por las ciudades-estados, gobernadas por príncipes que persiguen el poder sobre otro ideal. Maquiavelo (1469-1527) al caer en desgracia de los Medici, se dedicó a estudiar las formas como se conquista y se conserva  el mando absoluto para concluir que, en este empeño, hay que ser implacable.

 

Al mismo tiempo, su contemporáneo Leonardo buscó congraciarse con los príncipes más influyentes del norte de Italia. Para lograr esto se empeñó en el desarrollo de novedades en el campo de la ingeniería militar que lograrían la victoria de los señores que hicieran caso a sus propuestas.

 

Diseñó carros blindados erizados de cañones, capaces de moverse en cualquier dirección, bombardas o cañones montados en plataformas de madera, proyectiles como ojivas modernas, carros para atacar fortificaciones, carros tirados por caballos con guadañas giratorias, escaleras de asalto a las murallas.

 

Pero no solo trepando se puede tomar una fortaleza. Se puede caer del cielo si se utiliza un parapente o un paracaídas. Esos dos aparatos los diseñó este italiano con relativo éxito. También, una máquina voladora que, con el paso del tiempo, los científicos trataron de echarla a volar pero fracasó. Por la posición que tendría que asumir el piloto serviría como máquina para rebajar de peso.

 

Se le ocurrió a Leonardo un tornillo aéreo antecesor del helicóptero. Es todo un juego poético de madera y lona. Tiene la apariencia de esas hélices que cuando niños lanzábamos al cielo.

 

El planeador colgante, como un pez espacial, de lona, ya voló, en los experimentos llevados a cabo en 2001. Toma en cuenta las corrientes de aire y la velocidad del viento. También voló, desde una altura de 3.000 metros, el paracaídas, de 11 metros de ancho por 11 metros de alto.

 

La máquina voladora vertical recuerda la estructura de “La Araña” que utilizaron los astronautas en el vuelo del 20 de julio de 1969, que los llevó a la Luna. Ante ella se puede evocar el título de una obra semifantástica de gran acogida mundial: “recuerdos del futuro”.

 

Este hombre hizo del tiempo un juguete. Un precursor, en la técnica, de Einstein. Conservan, en Florencia, una sanguina en que Leonardo se representa como un joven que se mira a sí mismo como un anciano. Además es muy conocido el Autorretrato de Leonardo en donde lo vemos como un noble anciano de luengas barbas. Esta obra, objeto de discusiones y fábulas, la pintó, según unos historiadores, cuando contaba apenas con 40 años de edad y según ciertos críticos cuando faltaban escasos años para morir. En el primer caso, estaba en el medio día de la vida. Se hizo aparecer como de 80. Sin embargo, murió ‘apenas’ de 67 años. Soñó con un futuro que no logró alcanzar.

 

LA MARINA

 

Pero no se olvidó de los ejércitos que tienen que vérselas con el mar y los ríos. Para eso diseñó un submarino, salvavidas de corcho, puente de emergencia, barcos de doble casco para resistir el bombardeo de cañones enemigos,  puente colgante desarmable así como los puentes militares de ahora, equipo de buceo, equipo de respiración subacuática y salvavidas “en caso de tormentas y naufragios”.

 

Para tener éxito en demoledoras vendettas, en las que fueron expertos César Borgia y demás condotieros del Renacimiento, Da Vinci diseñó hasta un instrumento  de percusión, en forma de tambor mecánico que produce mil sonidos capaces de aterrar a los enemigos. Se escucha tal algarabía que los contendores creen que están escuchando la avanzada de un ejército gigantesco por lo que emprenden la huida.

 

Los nuevos amos del mundo no pertenecían tanto a la nobleza sino a mercaderes, banqueros y mercenarios que habitaban ciudades aún por organizar. Allá, a lo lejos, quedaban los castillos enhiestos en medio de las montañas. Leonardo contribuyó con sus diseños a hacer posible la Ciudad ideal. Aquella en que se persigue el bienestar de sus habitantes.

 

LA URBE

 

Diseñó acueductos impresionantes como obra de romanos, cañerías por debajo de las calles que demoraron varios siglos en llevarlas a la práctica, espacios públicos soñados con escaleras infinitas, arcos y jardines. Apurado por el valor del tiempo, perfeccionó el reloj agregándole resortes y diseñó la bicicleta que hubiera funcionado si le hubiera incorporado piñones. Para los carnavales diseñó carrozas mecánicas que avanzaban automáticamente como en un sueño de hadas.  Este aparato se ha tomado como precursor del automóvil moderno.

 

Entre esos 1672 saberes en que incursionó Leonardo no olvidó la peluquería, el diseño de modas y la panadería. Fue jefe de cocina del restaurante florentino Los Tres Caracoles y luego Maestro de banquetes y Festejos del duque de Milán, pero no contó con mucha suerte pues los comensales buscaban rellenarse de cuanto cosa hubiera en las alacenas y Leonardo pensaba servir como lo hacen actualmente en la llamada “cocina minimalista”. Siquiera fracasó en el intento de convertirse en cocinero. Para el jolgorio, perfeccionó la flauta agregándole afinación y nuevas notas. Dotado de una mente ordenadora, pudo mejorar los engranajes de una ciudad entera.

 

Habrá quien trate de menguar la gloria de este hombre genial observando que la mayoría de sus ideas y proyectos se quedaron en los archivos. Sin embargo, muchas se fueron haciendo realidad con el paso de los siglos. Leonardo puso a funcionar su mente y dejó para otros el trabajo de buscar la  realización de unos proyectos que requieren no solo afinidad con el tema, preparación adecuada,  mano de obra abundante y tiempo  sino recursos económicos a granel.

 

Ante esta clase de conocimientos es bueno recordar la advertencia de Bertrand Russell: “Los grandes avances de la técnica moderna dependen de la colaboración de muchos cerebros y muchas manos…Se tiende a olvidar que estos proyectos implican esfuerzo humano y deben servir para fines humanos”.

 

Por eso no estaba totalmente equivocado uno de los miles de asistentes a tan magnífica lección itinerante compuesta de gran número de maquetas, cuando dijo: ¡Uuuyyy: Leonardo era un extraterrestre en cuerpo humano! Al escuchar esto, el compañero que peregrinaba con él por los predios de la técnica en sus albores, le respondió en forma original y acertada: ¡A este man sí le hubiera servido mucho un computador!

 

 

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