LIBRERÍAS DE SEGUNDA MANO


Octavio Hernández Jiménez


En las librerías de viejo, con olor a naftalina, a veces ofrecen, a precios módicos, volúmenes forrados en cuero, con letras doradas, papeles finos y dedicatorias galantes de personajes de gran prestigio, junto a libros desvencijados por el uso, el mal trato o las polillas. Sobrevivientes de familias numerosas abandonaban las casas solariegas y se mudaban a apartamentos de dimensiones reducidas, en los que no quedaba lugar para las bibliotecas. Los espacios que ocupan los estantes repletos de libros se requieren para organizar la sala de sistemas virtuales, el televisor último modelo, el llamado ‘teatro en casa’ consistente en un televisor dotado de potentes parlantes en el que ven menos obras de teatro que partidos internacionales de fútbol.


Estas librerías cuentan con espacios repletos de estantes, en los que exhiben volúmenes que, en el caso de Manizales, pertenecieron a bibliotecas de comunidades religiosas de comienzos del siglo XX, de seminarios y conventos; a colegios y bibliotecas privadas de rancio abolengo, fuera de libros no tan viejos que algunos han vendido para comprar media botella de aguardiante o ron.


Pedro Felipe Hoyos Korbel (1965), columnista del periódico La Patria, director de la fugaz revista Letra2, dedicó parte de su tiempo a husmear y adquirir bibliotecas selectas en Manizales que lo llevaron a comentar que, en Pereira, se encuentran excelentes clientes para esa clase de libros.


Los libros usados o de segunda han contado con amplio mercado, en Manizales, por los lados del Inurbe (calle 24 con carrera 21). Se trata de una zona céntrica que, por los años 2025, seguía siendo un área callada. Hasta ese sector llegan padres de familia en búsqueda de una edición barata de algún libro que hubieran impuesto a sus hijos para leer, en el colegio, o aquellos coleccionistas de libros que versan sobre la región caldense y que son difíciles de adquirir, en otros lugares. En esas librerías, también se adquieren libros de esoterismo, crecimiento personal, espiritualidad y bienestar tanto como revistas de crucigramas, sopas de letras y sudoku que, después de un repasón, estorban a quien los adquirió por lo que inicia el camino hacia las librerías de viejo.


Ciertos nombres de estas librerías de segunda mano, frente al Inurbe, son amables y curiosos: La Ilíada, La Odisea, La Eneida y La Latina. Don Quijote fue una librería con libros de segunda, en gran parte; ocupaba un espacio en el que encontraron tibio albergue 15 mil libros; la fundó Hover Zuluaga y contó con asesoría de Pablo Pachón, hijo del mítico dueño de Mi Libro, Pablo Pachón el Viejo. Ocupó un sitio en la carrera 22 con calle 26. Su consigna era “el libro físico es irremplazable”.


Mucha gente joven, en la segunda década del siglo XX, no se aventuraba por las librerías. Les olía a viejo y, desde los estantes, no les llegaba ninguna energía, por lo que las hijas mandaban a sus padres para que buscaran el libro que les obligaban a leer. Tanto libros como visitantes guardaban mutismo. Unos señores mayores preguntaban citando el título que llevaban escrito en un papelito, mientras el dueño, desde la penumbra, respondía que lo tenía o que lo conseguiría para el día siguiente.


La vida extra de las obras, en las librerías de segunda, era extraña. No bastaban los precios bajos para que funcionara la empatía. Lo más seguro era que los volúmenes que salían a precios bajos regresaran a los mismos estantes de donde salieron después de haberlos utilizado en un examen, y, de un día para otro, aparecerían otros padres preguntando por el mismo libro para otro examen escolar con idénticas preguntas a las de la ocasión anterior.

¡Eureka! Hubo un resurgimiento en el gusto por la lectura entre los jóvenes. En el fin de semana del 3-4 y 5 de mayo de 2018, una tractomula forrada en zinc aparcó junto a la Universidad Autónoma para abrir su puerta trasera y poner en venta miles de volúmenes a los módicos precios de 5.000 a 10.000 pesos por libro; unos de segunda y muchos otros nuevos. Alentaba observar una larga fila de jóvenes esperando ingresar al vehículo a escoger libros y echarlos en canastillas de mercado. Mercado de libros, en papel físico, con hilera paciente de compradores; lo más fabuloso que se podía ofrecer, en una época de computador, de internet y de datos. En los 5 primeros meses del año 2025 abrieron las puertas, en Bogotá, 15 nuevas librerías, con áreas de libros de papel y digitales. En varias de ellas vendían más obras en papel que en forma virtual.


El incendio de una biblioteca, por grande o modesta que sea, ha provocado conmoción entre usuarios y aún en personas aisladas de esos menesteres. El impacto causado por la biblioteca de Alejandría sigue intacto. El proceso de su apertura le dio prestigio perenne a Alejandro Magno que concibió a Alejandría como centro de conocimiento y a los Ptolomeos que la fundaron, en el siglo III a.C. y la enriquecieron con el saber de la antigüedad. Lo que muchos saben de ella es que la quemaron una o varias veces como objeto de rapiña, en confrontaciones bélicas. Su dramático final ha dado pie para interesantes leyendas.


La destrucción de la Abadía de Montecasino, al sur de Italia, en la segunda guerra mundial, por los Aliados, (1944), se ha lamentado tanto por la pérdida irreparable de 55.000 soldados muertes, según las cruces de los cementerios militares, como por la pérdida de la biblioteca de esa abadía, con cantidad inapreciable de manuscritos de la antigüedad clásica y de toda la Edad Media. Aún se llora esa biblioteca destruida, con dinamita, desde el aire.


La biblioteca de Don Quijote no era tan fastuosa como las anteriores pero logró un puesto de honor en la literatura universal. El cura y el barbero, con la sobrina y el ama, rebujaron los libros del señor para quemar los que, según ellos, tanto mal le habían hecho. El grupo de pirómanos trató de convencer al Caballero de la Triste Figura que habían sido unos encantadores los que desaparecieron su biblioteca, siendo que fueron ellos los que la echaron al fuego para que esos libros no lo enloquecieran más. Del poco dormir y el mucho leer se le secó el cerebro. Salvaron escasos libros de caballería, entre ellos Tirant lo Blanc, Amadís de Gaula, La Galatea, del mismo Cervantes. Como en una escena propia de la Inquisición, cuando terminaron la quema cerraron con llave la habitación de donde los sacaron. Muchos lectores del Quijote sienten dolor por esa pérdida.


El martes 12 de agosto de 2025, ardieron la librería Latina y la Librería La Eneida, en la carrera 21 con calle 24, de Manizales. Los dos negocios de libros contaban con digna trayectoria, en el transcurrir de la ciudad: La Eneida contaban con 35 años y la Latina con 22. Entre los que se aglomeraron aquella tarde, al frente del incendio, estuvo un señor que exclamó: - Vine porque esto es una tragedia. Estaban llenas de tesoros literarios. Aquí mi padre me compró, en bachillerato, el Algebra de Baldor (La Patria, 13 de agosto de 2025,p.8). Hubo gente que lloró como si asistieran a la quema de una de las bibliotecas mencionadas.


Aunque yo no tenía que ver con esos negocios, varias personas me llamaron, por teléfono, para expresarme su voz de condolencia por el incendio de tanta sabiduría acumulada. Uno de los propietarios trató de consolarse repitiendo el axioma según el cual el fin puede ser el comienzo de otras cosas.

La Alcaldía de la capital caldense, la Cámara de Comercio y otras instituciones y empresas, en 20 días, recogieron 2.500 libros donados por personas solidarias con los propietarios de las dos librerías. La Feria del libro, en septiembre de 2025, continuó con la campaña. Los libreros también son misioneros de la cultura.


Evoquemos al profesor y filósofo italiano Nuccio Ordine, para quien los maestros tienen la función de tutelar el saber y de indagar, sin objetivo inmediato práctico. Los libros, para muchos, son cosas inútiles porque no producen beneficio a la mano; ningún beneficio que sea material; de solo dinero. Sin embargo, los libros tienen el beneficio importantísimo de hacer a la humanidad más humana. Los libros, sean físicos o virtuales, igual que la escuela, la universidad y la cultura, han contribuido, siempre, a cambiar la vida.