MARQUETALIA CALDAS, UN PUEBLO QUE NO OLVIDA

 

Octavio Hernández Jiménez *

 

Bienaventurado el conglomerado que produce grata impresión en el que llega a él, por vez primera. Es el caso de Marquetalia, municipio del Departamento de Caldas, ubicado en el oriente, al que se llega después de bordear los abismos de Cerro Bravo, descender hasta Delgaditas en el Departamento del Tolima, torcer, en zig-zag por cafeteras reverdecidas pero aptas también para profundos embalses hidroeléctricos, pasar por Manzanares que fue capital del Estado Soberano del Tolima por tres meses y en donde los viajeros hacen la respectiva escala técnica y luego de seis horas desde cuando se empieza el viaje desde Manizales.

 

El arribo de los integrantes de la Academia Caldense de Historia se hizo en las primeras horas de la noche del 18 de enero de 2013. No había mejor hora para llegar a esta población de unos 20.000 habitantes. La noche era serena, plácida, y, la Calle Real lucía un precioso y original alumbrado público como debió ser antaño, con los faroles armónicamente clavados en las paredes de las construcciones, luego de haber concluido el plan para sepultar debajo de los andenes las feas redes de energía.

 

Pasada la cena, hicimos el recorrido por su plaza principal, el Monumento a la India Marquetona y la llamada zona rosa. Marquetalia cuenta con cómodos hoteles y bares para disfrutar de buena música, billares y ameno diálogo. Espontánea y juvenil alegría.

 

Desde cuando se entra al pueblo, llaman la atención los mototaxis, última moda del transporte público urbano y rural en los que caben 3 personas cómodamente sentadas en cada aparato. Se trata de motocicletas organizadas como buses escaleras, con techo y una hermosa decoración como la de esas chivas que fueron orgullo de nuestras difíciles carreteras. Ninguna causa tanta admiración como La Mimada. Su solo nombre compendia los aderezos y gallos con el que su dueño la tiene engalanada. Parece una niña de quince.

 

En las primeras horas de la mañana, se escuchaba el trote imperial de arrogantes caballos criados en pesebreras del contorno. La Calle Real cobra vida inusitada pues es sábado, día de mercado. Muchas escenas típicas por casas, calles, callejuelas y negocios en donde entablan tertulias los compadres y negociantes.

 

Subir al Alto de la Cruz es darle de comer a los ojos. Panorama de 360 grados sembrados de café, lulo, cipreses y guaduales. El casco urbano del municipio reposa a los pies de este cerro erizado de torres de comunicación que, ni aun así, han logrado agotar la belleza del paisaje.

 

A las diez de la mañana, empezaron en el templo parroquial las ceremonias conmemorativas de los 20 años del fallecimiento de Antonio María Hincapié Soto, párroco por antonomasia de esta parroquia, durante 35 años, fundador de la Normal, el Instituto, el Colegio Agropecuario, el Ancianato y varias obras pías más que siguen funcionando.

 

Tal vez, en el fondo, el homenaje de los marquetones a su caudillo desaparecido, hacía 20 años, tenía mucho de nostalgia y protesta. Por eso, el templo se lleno de fieles encabezados por el Obispo Óscar Aníbal Salazar y diez sacerdotes; se colocó una ofrenda floral al pie de su busto instalado en la plaza y el Auditorio de la Normal Nuestra Señora de la Candelaria tuvo lleno a reventar con tal de no perderse el lanzamiento de la obra “Y bendijo Dios la Villa del Sol”, del docente, académico y escritor Ángel María Ocampo cuyo protagonista principal es el Párroco Hincapié Soto.

 

La obra presentada es más que una biografía: abarca un estudio del extenso período en el Hincapié fue cura de Marquetalia, por cierto, una de las etapas más crueles que haya vivido el país. La violencia partidista azotaba en forma despiadada los campos y pueblos de Colombia. Ocampo vio en esta ocasión la oportunidad de dejar para la posteridad un vívido recuadro de esa pesadilla.

 

Esta obra, un valioso regalo de un hijo del pueblo a sus paisanos, fue editada con el patrocinio de dos marquetones residenciados en la capital del país. Publicaron 1.000 ejemplares, sin ahorro de gastos.

 

En cuanto al autor, tengo que decir, como profesor suyo en la Universidad, que se distinguió por su afán investigativo tanto que, finalizando la década de los 80 del siglo XX, como estudiante de la carrera de Idiomas de la Universidad de Caldas, triunfó en el concurso de Ensayo Lingüístico con un texto sobre el folclor en el oriente del Departamento. En 1991 publicó “Marquetalia, su historia y su cultura” y de ahí en adelante no ha cesado de pregonar sus puntos de vista sobre historia regional, educación en el Departamento y varios ensayos sobre Bernardo Arias Trujillo, su cuasipaisano ya que el autor de “Risaralda” es oriundo de la vecina Manzanares.

 

En esta ocasión, el bombo era merecido. Hay que decir que el protagonista de este libro y esta fiesta fue un cura de armas tomar; un sacerdote objeto y sujeto de leyendas como todo cura que se respetara, en muchos pueblos colombianos, en la primera mitad del siglo XX.

 

Parecería un contrasentido pero he ido haciéndome a la idea de que la memoria de los pueblos es más frágil que la de las personas. El pueblo se diluye, se convierte en masa, se torna apático y olvidadizo. La masa está compuesta de individuos anónimos, carentes de sentido de pertenencia. No le interesa un pasado que tal vez no fue el suyo o, cuando eso sucedió, vivían en otra parte.

 

Sin embargo, hay excepciones pues la vida, obra y milagros de personajes como muchos guías religiosos siguen transmitiéndose de padres a hijos y nietos, en las localidades donde actuaron. Su recuerdo cada vez es más depurado, en un ejercicio de pulimento comunitario.

 

En los años 30, 40, 50 y 60 del siglo pasado, al mismo tiempo que el cura Hincapié acaudillaba a los marquetones, hacían lo mismo el Padre Higinio, en Neira; el Padre Barco, en Salamina; el Padre Daniel María, en Pensilvania y otros pueblos del oriente; el Padre Torres, en Risaralda; el Padre Jesús María Peláez, en San José; el Padre Villegas, en Anserma; el Padre Antonio María Valencia, en Belalcázar y, luego, en Pereira y, para no extendernos más en el listado, el Padre Adolfo Hoyos, en Manizales. Al estilo de Moisés, señalaron la tierra prometida, casi siempre por medio de la educación de la comunidad, por lo que son recordados, a pesar de sus errores y, a veces, sus reales o fabulados excesos.

 

En Marquetalia, varios de los oradores de aquel día arrancaban sus peroratas con frases como ésta: A mí me bautizó el Padre Hincapié…Yo fue acólito del Padre Antonio María…El Padre Antonio fue a mi casa a hablar con mi papá… y muchas afirmaciones más de este tenor.

 

Hay más de un marquetón que ostenta nombre de Antonio María, como se llama uno de los poetas mayores de esa tierra, así como muchos neiranos se distinguen por el nombre de Higinio. Después de 20 años de su muerte, los viejos hablan del cura Hincapié como si hubieran conocido a Bolívar. Al fin y al cabo este cura estuvo cerca de ellos, sintió sus necesidades inmediatas, trató de remediarlas fuera de que liberó las nuevas generaciones de la ignorancia, como decían en sus arengas los agradecidos discípulos.

 

Más que líderes, curas como este fueron caudillos. La diferencia entre estos dos conceptos está en que el caudillo ordena con su verbo encendido a un grupo social para emprender una obra o iniciar una campaña mientras que el líder convence con argumentos bien manejados y se mete al lodo con los otros que le acompañan. El líder no entrega nueve palas para hacer un camino sino que saca diez palas pues él es el primero en meterse a abrir la brecha. El líder no ordena; participa.

 

La historia tradicional, casi siempre, ha exaltado a los caudillos mientras que la sociología moderna enaltece la labor de los líderes. Muchos pueblos no se pueden gloriar de haber trocado los caudillos por líderes pues no cuentan con lo uno ni con lo otro.

 

A pesar del progreso de la ciencia, de la técnica, de los medios de comunicación, de la facilidad de desplazamiento, de los pomposos institutos oficiales y profesionales con geniales propuestas, estamos rodeados de pueblos que se han quedado a la deriva. Pero, por lo visto, Marquetalia encontró su camino.