MEDALLONES DORADOS DE MANZANARES Cds.,  

(en el sesquicentenario de su fundación)

Octavio Hernández Jiménez *

La primera noticia que tuve de Manzanares fue la de que en esa población, ubicada en el oriente de Caldas,  destilaron por mucho tiempo el aguardiente amarillo de caña gorobeta degustado aún por personas de añejas tradiciones.

Por los mismos tiempos, cayó en mis manos la obrita “Manzanares, apuntes para una monografía”, de José Joaquín Montes y Miguel Grisales. Estos jóvenes publicaron el texto con motivo del primer centenario de Manzanares (1863-1963) precedido de un prólogo emotivo firmado por su paisano Néstor Villegas Duque quien describía así a su pueblo común:

“Los hados no nos dieron llanuras de ensueño, ni campos ondulados y extensos de verdura, ni un río claro, manso y de poéticas orillas en vez del Guarinó arisco y torrentoso. Nuestro suelo es de lomas grandes, de vertientes profundas, de desfiladeros de vértigo, por donde la luz se resbala, el agua se arroja y los vientos se precipitan…”.

El ritmo de esa descripción topográfica muestra que Manzanares ha sido una región,  desde siempre, transitado por musas y por gentes que han entrado en ameno diálogo con ellas.

La segunda obra de autor manzanareño que cayó en mis manos, fue la novela “Risaralda”, de Bernardo Arias Trujillo, nacionalista y librepensador. En la página 110 del libro XIII de bautismos de Manzanares se lee “a veintiuno de noviembre del año de mil novecientos tres fue bautizado un niño a quien se le puso el nombre de Bernardo José quien había nacido el 19 del mismo mes… Fueron sus padres José María Arias y Emilia Trujillo…”.

En el periódico La Patria, Arias Trujillo publicó ensayos críticos y polémicos artículos. Su vehemencia ante las fuerzas desatadas de la naturaleza constituye la antítesis del paisaje que hizo brotar, en Villegas Duque, las bucólicas consideraciones.

A eso se le añade el interés por la arriería, la vaquería, la música terrígena,  la copla, la gente guapa y la raza negra, factores protagónicos de la obra que escenifica en el Valle del río Risaralda, con topografía de cuerpo y alma distinta a la que conoció en los desfiladeros en que ubicaron, (en 1863), a su patria chica.

“Tengo amores en Cartago/ y queridas en Pereira,/ una novia en Manizales/ y dos mocitas en Neira”. “En San Pacho están las sordas/ y en Aranzazu las feas;/ las lindas en Manizales/ y las pu… ras en La Aldea”. No sobra recordar que, aún en la década de los treinta, cuando apareció “Risaralda”, San Pacho era Chinchiná y a Villamaría la conocían como La Aldea.

José Joaquín Montes Giraldo opina de la obra de su paisano Arias Trujillo: “Dibujados están  aquellos personajes que dieron impulso a la industria y el comercio actual, los músicos alegres y bulliciosos; los arrieros que descendían de Manizales a Honda con sus productos, a los que para efectuar esta jornada les era preciso dormir varias noches en el camino; y cuando las estrellas jugaban en el firmamento con la complicidad de la noche y el silencio era el amo absoluto, en las posadas se jugaba al dado y se bebía aguardiente de contrabando”. Pasados los años, qué lindo que haya un pueblo con gente que enaltezca la obra de sus paisanos.

Volví a tener noticias de Manzanares cuando asistí a una exposición, en la Biblioteca Luis Ángel Arango, de una parte representativa de la obra del artista plástico Sergio Trujillo Magnenat. Era hijo de Próspero Trujillo y Elle Magnenat perteneciente a la familia que llevó a Manzanares el primer armonio e interpretó allí a los grandes maestros de la música. Sergio fue autor de murales, frescos, litografías, óleos, acuarelas, cerámicas y artísticos carteles sobre eventos nacionales e internacionales. Excelente ilustrador de El Quijote. Realizó un escudo con la esperanza de que el Concejo Municipal lo aprobara como escudo de Manzanares.

Pasados los años, me volví a encontrar con esos nombres aunque se daba uno cuenta del progreso que habían alcanzado. Néstor Villegas Duque fue bachiller del Instituto Universitario de Manizales, Médico Cirujano de la Universidad Nacional, Especialista en pediatría, Fundador del Hospital Infantil de Manizales y autor de una obra que, antes de publicarla, pensó titularla “El Habla de la Montaña en Carrasquilla” pero que, cuando apareció editada en la Imprenta Departamental de Caldas, (mayo de 1986), más de 20 años después de la primera redacción, se llamó “Apuntaciones sobre el habla antioqueña en Carrasquilla”.

El Presidente de la Academia Colombiana de la Lengua, en carta fechada en 1962, le propuso que suprimiera las dos últimas palabras al título inicial y quedara “El Habla de la Montaña”, pues Villegas estudiaba, en ella, no solo el idioma en Carrasquilla sino en otros autores como Cuervo, Antonio José Restrepo y Emilio Robledo. No atendió la sugerencia. En esa obra se estudia el vocabulario, el folclor, las leyendas y supersticiones del pueblo paisa.

Otro volumen de este manzanareño publicado por la Imprenta Departamental de Caldas fue “Mutis, una obra y un espíritu” (1968). Es una semblanza didáctica sobre el sabio gaditano y la Expedición Botánica. Consta de más de trescientas entradas de otras obras y más de cien autores en la bibliografía. Su entonación literaria corresponde a un autor que había sido, en Manizales y Bogotá, profesor de literatura.

Tengo que ver con la obra de José Joaquín Montes por pesquisas como estudiante en lides del lenguaje. Montes se vinculó al prestigioso Instituto Caro y Cuervo que actualmente atraviesa por desconciertos y peripecias no soñadas antes. En la Imprenta Patriótica de Yerbabuena, en el año de 1985, el manzanareño publicó “Estudios sobre el Español de Colombia”. Inicialmente se pensaría que se trata de una ampliación de la obra linguística de su paisano Villegas Duque, pero no. Montes Giraldo es  lingüista avezado, con conceptos precisos y comprobados en el análisis de distintas formas de expresión. En esta obra aparecen textos publicados por el caldense, en la revista Thesaurus del Instituto Caro y Cuervo.  

La vida de ermitaño de este lingüista, indispensable para recorrer, palmo a palmo la abrupta geografía del país, ayudó a Montes Giraldo, en la redacción de la obra “Dialectología general e hispanoamericana”, publicada en 1987. En el subtítulo aclara su cometido: “Orientación teórica, metodológica y bibliográfica”. El primer capítulo versa sobre “el castellano hablado en Manzanares”, el segundo sobre “El habla y el folclor en Manzanares”, el tercero versa sobre “Algunos aspectos del habla popular en tres escritores caldenses”. Estos textos dan lecciones a nuevos docentes sobre la forma de investigar en el área siempre renovable del lenguaje.

Los citados personajes  brillan como medallones dorados de Manzanares, en su glorioso sesquicentenario, a finales de junio de 2013, pero es que la ciudad de la cordialidad tiene muchos más nombres inscritos en el pergamino de su historia.

Recordemos a Ramón Cardona García, doctor en Música de una universidad argentina y, en la década de los cincuenta del siglo XX, Director del Programa de Música, en Bellas Artes. Cuando regresaban de un concierto en Ibagué, los pájaros de la violencia detuvieron la delegación musical, bajaron del bus a los músicos e inquirieron por su identidad.  Haber respondido que era Director del Conservatorio de Manizales se prestó para una absurda confusión pues los maleantes pensaron que se trataba del Director del Conservatismo de Manizales, por lo que lo asesinaron.

Y hay más: Rafael Arango Valencia, manzanareño dedicado a las letras y con amplia resonancia en Panamá; los  Vera Jiménez, los Gómez Duque, Hernando de la Calle, Néstor Ramírez Vélez, Gonzalo Zuluaga Aristizábal y, para concluir, Humberto de la Calle Lombana, magistrado, embajador, ministro de Gobierno desde donde coordinó la Constitución de 1991 y vicepresidente de la República entre 1996 y 1998.

Manzanares requiere la adecuación de una de sus casas señoriales tan representativas del pueblo, como albergue de las obras literarias, científicas, artísticas, de retratos y fotografías de otros tiempos; muebles y objetos que ubiquen a los visitantes en otras temporadas, de una programación didáctica y extensiva al pueblo, al campo, al departamento y el país. De esta forma se logrará comprender mejor que un municipio caldense, otrora capital del Estado Soberano del Tolima, por varios días, fuera cuna de  varones ilustres que se propusieron perseguir la gloria para su  patria chica y servir de ejemplo para el resto de municipios caldenses.