MUJERES EN LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL
Octavio Hernández Jiménez
No todas las mujeres paisas, alguna vez, han sido más blancas que la reina de Castilla. Ayer, como hoy, las ha habido trigueñas y negras, y, ¡qué negras! De ojos azules, verdes, cafés, negros y cabellos claros, marrones y oscuros, en diversas tonalidades; y, así, con las demás partes de sus cuerpos. En la diversidad está el placer.
A pesar de este mostrario tan amplio y genuino, el historiador E. Róthlisberger puso los ojos en las hembras antioqueñas que se asentaron a vivir, trabajar y procrear al sur del Estado de Antioquia y de quienes descendemos muchos habitantes del Viejo Caldas. Las describió de esta forma:
“Los antioqueños son casi enteramente blancos o blancos por completo, en particular las mujeres a quienes solo el trabajo al aire libre les ha bronceado la piel… Las mujeres son virtuosas; viven retiradas como monjas y trabajan incesantemente. En el campo las muchachas van descalzas, por lo que sus pies son algo grandes, por lo demás todo su cuerpo presenta una bella armonía de proporciones. La familia antioqueña tiene muchos hijos, casi siempre unos doce…En las casitas todo se halla muy limpio pero su característica es la suma sencillez” (Ibid., loc cit).
Con el paso de los años, las diferencias de nuestras mujeres con las de sus ancestros se fueron diversificando. Hay antioqueños y antioqueñas pertenecientes a las razas indígena y negra en todas las combinaciones posibles de sangre.
Faltaba que el extranjero citado, en 1884, se diera una pasadita por los vericuetos territoriales de ese Estado; los pies descalzos de nuestras mujeres que tanto llamaron la atención del historiador, no se volvieron a ver en público sino cuando ellas van de vacaciones a la playa; se hacen cálculos previos al número de hijos y, respecto a la honestidad y la virtud, se difinen como un asunto individual y respetable.
No todas las mujeres llegaron a los pueblos del Viejo Caldas acompañadas de sus esposos legítimos y en compañía de sus respectivas proles. Por el Camino Real pasaron oleadas de mujeres jóvenes, rumbo al Valle del Cauca o el Quindío. Muchas se quedaron enredadas en las zarzas del camino.
El Viejo Guamo, luego San Gerardo, etapa anterior al San José actual, tuvo fama por las mujeres de combate que esperaban a arrieros y viajeros en cantinas y trastiendas. Sin pedir permiso a la esposa, muchos de los viajeros descansaban en las trastiendas de esas cantinas y continuaban la ruta, antes de que rayara el alba.
Muchas damiselas viajaban en grupos de cinco y hasta diez muchachas cuando decidían abandonar el vecindario, en pueblos o veredas antioqueñas y, siguiendo el ejemplo de muchos varones, a veces de sus mismos parientes, se echaban a “andar y andar los caminos sin naides que las detenga”.
Unas eran de cinco pero también las había de cuatro y de tres en conducta. Cualquiera de ellas buscaba trabajo en haciendas cafeteras como chapoleras, en tiendas, almacenes o en casas de familia. Hubo mujeres arrieras. Y mentaban madres a las mulas, parejo que los hombres. No les daba miedo de nada.
La belleza ha sido patrimonio de nuestras mujeres. Con las mezclas raciales y de personas de distinta procedencia, la hermosura de las mujeres del Viejo Caldas resaltó entre otras características, dicho de viva voz y por escrito por viajeros y empleados llegados de otros sitios. Fuera de las trigueñas, muchas de ellas eran blancas, altas y delgadas; no eran escasas las mujeres rubias, como para darle razón a E. Róthlisberger. ¡Qué hombre no fue feliz en esa época!
En donde había varias hijas mujeres, la madre distribuían los trabajos domésticos de esta forma: a una encargaba de la cocina, a otra de la ropa, a otra de barrer, encerar y brillar el piso. Si eran más, subdividía las áreas de esta forma: una lavaba la ropa y otra la planchaba; una hacía el desayuno y la cena y la otra el almuerzo. Aquella que mostrara amor por los niños debería apersonarse de los hermanos más pequeños.
En casos de exceso de mano de obra doméstica, alrededor de la madre se ubicaban hijas, familiares y amigas, para tejer manteles y carpetas que eran un primor o zurcir preciosas colchas de multicolores retazos. Era indispensable mantener florecido el jardín casi como un asunto de honor y eso estaba a cargo de la que tuviera mejor mano para las matas.
No dejaban de correr para la iglesia apenas daban dejar con las campanas. Una mujer descreída o fría en asunto de devoción era objeto de reproche y de ponerle cuidado. Con la pobre se ponía en práctica la presión social.
A veces, las hijas hacían relevos por semanas. Hubo mujeres que, en vida, se sepultaron en la cocina. La encargada de la cocina casi no hablaba ni se organizaba como sí lo hacían las de adentro. Había envidias entre ellas. Veían a la menor como la más mimada; a la que le compraban ropa más fina y más bella y a la que acicalaban con amorosa dedicación. Peleaban por los novios o los pretendientes de formas muy curiosas encerrándose del todo, sin asomarse siquiera a la ventana, ni acompañando a la mamá a la iglesia o a alguna visita de cortesía tan frecuentes los martes y miércoles de cada semana.
Las más dinámicas o visionarias trataban de salir adelante haciendo y mandando a vender empanadas, buñuelos con natilla, hojaldras u hojuelas y las que pudieran tirar el chorro más alto aparecían montando una cacharrería o un almacén.
Se decía con sarcasmo que, las que no lograban conformar una familia independiente, se quedaban para vestir santos. Ellas en forma despectiva respondían: Es mejor vestir santos que desvestir borrachos.
En la primera mitad del siglo XX, las mujeres que disfrutaban de mayores comodidades, salían los domingos, días de mercado, como cantarilleras, a vender boletas, en la calle y en los negocios, en beneficio de una obra parroquial. En ocasiones solemnes, vestían con sombreros adornados con plumas y velos, guantes, abrigos de cuellos de pieles, flores o moños en la cabeza, zapatos de tacón y las llamadas medias veladas. Existían medias de seda, unas transparentes, otras de color negro, para cuando estaban de luto. Había medias con una costura de arriba abajo, en la parte de atrás, y que se llamaban medias con vena. Una mujer con medias de vena se tornaba en el objeto más sensual para los varones. Que lo confirme Marilyn Monroe. De seguirlas como bobos. A esas medias ‘se les iba un punto’o sea que se les hacían rotos pues eran muy delicadas. Las mujeres renegaban, trataban de detener el desperfecto untándoles saliva con el dedo y luego les colocaban un tris de esmalte de uñas, antes de tener que mandarlas a ‘remallar’. Para remallar las medias de seda, las expertas en ese oficio utilizaban unos huevos de madera taponada con una grieta en donde ubicaban el sitio en el que iban a trabajar por pacientes minutos, rapidito, pues ahí vienen más clientas a que les remallen sus medias pues tenían que salir a la calle y sin medias no salía ninguna mujer pues se sentía como en pelota.
Fuera de los grados de primaria, en la escuela del pueblo o la vereda, niñas y niños no tenían mucho más qué estudiar.Sitiados por las necesidades económicas tenían que colaborar con el padre para llevar el mercado semanal a la casa.
Los padres enviaban más niñas que niños a estudiar en Manizales, Santa Rosa de Cabal, Riosucio, Apía, Aguadas, casi siempre en establecimientos dirigidos por religiosas o por unas hermanas de mucha edad llamadas todavía señoritas. Posiblemente dejaban a las niñas en un internado. Allá aprendía, fuera del pensum oficial, canto, modistería, culinaria y buenos modales. El cura del pueblo echaba cantaleta para que los padres de familia se proporcionaran a que sus hijas entraran a estudiar. El Padre Jesús María Peláez Gómez, en San José, repetía hasta el cansancio: Educar a una mujer es educar un pueblo; educar una mujer es educar el futuro de la sociedad. A pesar del machismo imperante, los colegios para varones llegaron después.
En los establecimientos educativos abundaron las mujeres en cargos directivos o como maestras rasas; estas mujeres que se enfrentaban a los alumnos en los salones se distinguieron por convertirse en guías amorosas, maestras comprensivas aunque enérgicas. No se limitaban a cumplir horarios. Hacían parte de las agrupaciones cívicas que voluntariamente aglutinaban el pueblo alrededor de obras de beneficio común.
Del manejo del idioma a nivel popular se pueden extraer múltiples consideraciones: Si un varón galanteaba a todas las hembras que se le atravesaran era un macho a todo dar, según él, y para los demás un pobre ‘tumbalocas’. Las mujeres que paraban bolas a más de un varón eran catalogadas como ‘volantonas’ o ‘pisporetas’; si los chismosos veían confiancitas comprometedoras, la mujer era fácil o una ‘cualquiera’ pero si corría el rumor de que se había acostado con más de uno era una ‘sinverguenza’. La puta era una sinverguenza de oficio. Un ‘hombre público’ era un servidor de la comunidad, merecedor de una estatua; una ‘mujer pública’ era una prostituta descarada. Una ‘gata’ era diferente a una ‘perra’. La gata es selectiva y sinuosa; la perra callejera se empareja con el que se le atraviese. Esto tiene que ver con la dimensión totémica del lenguaje. Todas las personas que hablamos español, con la participación destacadísima de las mujeres a través de los tiempos, han ido fraguado la lengua; al idioma lo han estructurado y redactado los varones; por eso, en relación con la mayoría de los idiomas del mundo, estos tienen su gran dosis de machismo. Aunque ellas las usen más que los machos, hasta en asunto de palabras las mujeres han llevado las de perder. La palabra de hombre es, en asunto de normatividad del lenguaje, muy distinta apalabra de mujer. Uno de los peores insultos que se le podían decir a un varón era No sea mujercita.
OCTAVIO HERNÁNDEZ JIMÉNEZ
(San José de Caldas, 1944), bachiller del Colegio Santo Tomás de Aquino de Apía (1962) y luego profesor del mismo centro educativo. Profesor de la Universidad de Cundinamarca (1974-1975). Profesor Titular y Profesor Distinguido de la Universidad de Caldas, en Manizales (1976-2001). Primer decano de la Facultad de Artes y Humanidades (1996-1999) y Vicerrector Académico (E.) de la misma Universidad (1996). Premio a la Investigación Científica, Universidad de Caldas, (1997). Primer Puesto en Investigación Universitaria, Concurso Departamento de Caldas-Instituto Caldense de Cultura (2000). Primer Puesto Categoría de Ensayo Nuevos Juegos Florales, Manizales, (1993 y 1995). Miembro Fundador de la Academia Caldense de Historia, Socio Fundador del Museo de Arte de Caldas, Miembro de la Junta Directiva de la Orquesta de Cámara de Caldas. Orden del Duende Ecológico (2008).
* OCTAVIO HERNÁNDEZ JIMÉNEZ ha publicado las siguientes obras: Geografía dialectal (1984), Funerales de Don Quijote (1987 y 2002), Camino Real de Occidente ( (1988), La Explotación del Volcán (1991), Cartas a Celina (1995), De Supersticiones y otras yerbas (1996), El Paladar de los caldenses (2000 y 2006), Nueve Noches en un amanecer (2001), Del dicho al hecho: sobre el habla cotidiana en Caldas (2001 y 2003), El Español en la alborada del siglo XXI (2002), Los caminos de la sangre (2011), Apía, tierra de la tarde (2011). Su ensayo “El Quijote en Colombia” hace parte de la Gran Enciclopedia Cervantina, de Carlos Alvar (2006).
* “El humanista Octavio Hernández Jiménez contribuye a la afirmación de la cultura popular en Caldas. Él, con ese orgullo caldense que siempre expresa en sus escritos, se ha empeñado en divulgar el folclor regional, pensando siempre en afirmar la identidad y autenticidad de la cultura caldense en el marco y relaciones con la cultura popular colombiana. El humanista caldense tiene una fuerza cultural muy significativa en el conocimiento y cultivo del folclor y en los aspectos diversos de la cultura popular que reflejan la esencia del alma colombiana. Octavio Hernández en su obra transmite la idea de que es necesario fortalecer en los caldenses la conciencia regional y nacional como pueblo de grandes valores y atributos” (Javier Ocampo López, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y de la Academia Colombia de Historia, en el texto “Octavio Hernández Jiménez, el humanista de la caldensidad”, 2001).
Título: Orden del Duende Ecológico.
“República de Colombia/ Alcaldía Municipal San José Caldas/ Nit. 810001998-8/ II Fiestas de Mitos y Leyendas. Resolución Nro 093-08 Octubre 09 de 2008. Por medio de la cual se otorga la Orden del Duende Ecológico. El Alcalde Municipal de San José Caldas, en ejercicio de sus facultades Constitucionales y, CONSIDERANDO: Que mediante el Acuerdo Municipal número 216 de 2008, se creó la Orden Del Duende Ecológico, máxima condecoración que el Alcalde Municipal concede a sus ciudadanos más destacados. Que es deber de esta Administración exaltar las cualidades y virtudes de una Persona Ilustre del Municipio que con su actuar ha dejado en alto el nombre del Municipio. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez es reconocido como un señor íntegro en medio de sus labores misionales, amante de la tradición y cultura propias de nuestra región, las cuales da a conocer como embajador de nuestro municipio a nivel regional y nacional. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez se ha destacado como un insigne señor, cívico por excelencia, colaborador incansable; se ha hecho presente en el desarrollo de importantes programas que han impulsado el progreso de nuestro Municipio, difundiendo ejemplo para presentes y futuras generaciones. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez se ha destacado en el estudio de la influencia de los mitos y leyendas y su divulgación dentro del Municipio de San José Caldas. Que según estudios realizados por el Doctor Octavio Hernández Jiménez, dentro de la historia del municipio se creó la figura del Duende Ecológico para preservar las aguas, nombre que hoy recibe la presente Orden. En mérito de lo expuesto, RESUELVE: Artículo Primero: Otorgar la Orden Duende Ecológico al Doctor Octavio Hernández Jiménez. Artículo Segundo: Exaltar las cualidades de tan ilustre personaje, quien con su excelente desempeño ha dejado un gran legado en el arte de escribir y en la conservación del patrimonio cultural. Artículo Tercero: Hacerle entrega de una placa al Doctor Octavio Hernández Jiménez, en acto público a realizarse el día 09 de octubre de 2008. Artículo Cuarto: Copa de la presente resolución será entregada en nota de estilo al Doctor Octavio Hernández Jiménez, en dicho acto. Comuníquese y cúmplase. Expedida en San José Caldas, a los nueve (09) días del mes de octubre del año dos mil ocho (2008). Daniel Ancízar Henao Castaño, Alcalde Municipal”.
octaviohernandezj@espaciosvecinos.com
Compartir
Sitios de Interés