“PERDÓNALES PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN”
Primera palabra de Cristo en la cruz. Texto pronunciado por Octavio Hernández Jiménez, el 18 de abril de 2025, viernes santo, a las 5 de la tarde, en el templo parroquial de San José de Caldas.
El historiador hispanoinglés Felipe Fernández Armedo recordaba que “el cambio es la característica primordial de la historia”. De acuerdo con dicho punto de vista, podríamos decir que, si Cristo pedía perdón por sus verdugos, podría estar transmitiendo, otro mensaje a los habitantes de variadas tierras lejanas, dos mil años después.
Se supondría que las autoridades judías y romanas, al actuar en forma distinta a los postulados de la ley o la justicia de la época, eran conscientes de su mal proceder. En este caso, la Víctima inocente suplica al Padre que aplaque la ira explicable que tenía pendiente sobre sus victimarios a quienes se les había despertado el demonio del resentimiento, del odio o la venganza.
En el tiempo de la invasión romana, cuando Cristo, en voz alta, dijo “perdónales” daba a entender que los tribunales de los judíos y la soldadesca imperial no ignoraban que Él era el Hijo de Dios, el Mesías vivo y, debido a eso, unos lo vapuleaban, otros lo precipitaban al suplicio de la cruz y los demás se prestaban para ejecutar la orden, no tanto por justicia sino por encarnizamiento. Cuando un alguacil en la casa de Caifás le dio una bofetada, Cristo no se quedó callado sino que tuvo la entereza para reclamarle con este rotundo dilema: “¿Si he hecho mal diga en qué y si no por qué me hiere?” (Jn.18, 22-23).
Pero, Cristo se encarga, en la misma Palabra, de declararlos inocentes y libres de toda culpa, al decir, en forma explícita, “perdónalos porque no saben lo que hacen”. La culpa en ellos nace del remordimiento o del reconocimiento moral que provoca el proceder de aquellos sujetos.
Sin embargo, toda la secuencia desarrollada en el Calvario por la soldadesca no se puede catalogar como mal intencionada. Aunque Marcos hable de que “Se cumplió la Escritura que dice: Fue contado entre malhechores” (Mc., 15,28), en el Monte de la Calavera, se presentaron situaciones que mitigan la culpa y la ignorancia de la que hizo gala la enardecida ralea.
El ejemplo más palpable es el del malhechor cuando preguntó a su compinche que blasfemaba: “¿Ni tú que estás sufriendo el mismo castigo temes a Dios?... Y dijo: “Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino” (Lc.,23,39-42). En medio de esa barahúnda, cuando Jesús le respondió: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc., 23,43), convirtió a Dimas en el primer santo canonizado por el mismo Cristo, en el altar del Gólgota.
Fuera de este ladrón arrepentido, no olvidemos que varios de los verdugos “le dieron vino mirrado pero no lo tomó” (Mc, 15,23) y luego, un soldado empapó una esponja con vinagre, no por maldad sino porque el vinagre acelera la secreción de saliva que era lo que necesitaba el que moría de sed, por lo que su acción, al contrario de lo que han opinado muchos exégetas, no es una burla cargada de sadismo extremo sino un acto de compasión con el moribundo.
Respecto a los judíos, recordemos que los tribunales de Anás y Caifás habían tramado el apresamiento de Jesús, y “la cohorte y los alguaciles de los pontífices y fariseos” llegaron con linternas, hachas y armas al Monte de los Olivos, al otro lado del torrente Cedrón, para prenderlo. “La cohorte y el tribuno y los alguaciles de los judíos se apoderaron de Jesús y lo ataron y lo condujeron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, pontífice aquel año” (Jn, 18,12-14).
Esos personajes sabían de quién se trataba por lo que tramaron el proceso que se iba a seguir. “Es conveniente que un hombre muera por el pueblo”, declaró Caifás, la noche del jueves. Dijo San Marcos que, en la tarde del viernes, en el Gólgota, (Marcos, 15,31-32) “los príncipes de los sacerdotes se mofaban con los escribas diciendo: A otros salvó pero a sí mismo no puede salvarse. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos”.
Los integrantes de la cohorte judía, cuando el prendimiento, formaron un grupo represivo que obedecía órdenes de los sacerdotes y fariseos por lo que no serían responsables de acuerdo con el derecho anterior a la promulgación del código moderno de Derechos Humanos y demás jurisprudencia que distintos tribunales han ido promulgando, en años recientes. Igual sucedería con los que actuaron, bajo las órdenes de sus superiores, el viernes, en el oprobio de la cruz. Eran mandados aunque tenían conocimiento.
Si atendemos a los clamores de la justicia, se podría suponer que los dignatarios y soldados romanos no conocían con propiedad quién era Cristo. En la campaña por el Medio Oriente, el ejército romano ocupó Judea, territorio distante de la capital del imperio. Esto explica, en parte, la perplejidad de Pilatos cuando pregunta: “¿Qué acusación traéis contra este hombre? Dijo Pilatos: Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley” (Jn., 18,29-31). Y, más adelante pregunta a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos? Respondió Jesús: ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?” (Jn., 18, 233-34). En aquella escena, Cristo patentiza que Pilatos no había escuchado los sermones ni presenciado los milagros.
Siguiendo el rastro al historiador hispano-inglés, arriba citado, el cambio no se ha detenido en estos dos mil años y corresponde a nosotros percatarnos ante las evidencias de la validez del elemental teorema. Aunque las palabras de Cristo en la cruz resuenen ahora como hace dos mil años, debemos saber que, por la dinámica de la historia, nos toca adaptar, a los nuevos tiempos, su significado y su aplicación.
Si aplicáramos la legislación moderna a aquellos soldados que azotaron al detenido, le impusieron una corona de espinas, se divirtieron con una farsa en la que hicieron actuar a Cristo como rey de burlas, “se repartieron sus vestidos echando suertes sobre ellos” (Mc., 15, 24); “lo injuriaban moviendo la cabeza” (Mc, 1529), quebraron las piernas de los otros dos condenados y traspasaron con una lanza el costado de Jesús, diríamos que eran tan culpables como los militares colombianos condenados en los tribunales por el nuevo delito que han convenido en llamar ‘falsos positivos’.
La pesadilla de Cristo, desde su apresamiento hasta que expiró en la cruz, fue planteada y se desarrolló como una de las obras de teatro del absurdo más grotescas a las que haya asistido la humanidad. El protagonista es el mismo a quien el profeta llamó “varón de dolores”.
El derecho postmoderno parte del enfoque de que las masas modernas no necesitan ya de una autoridad que les enseñe lo que antes correspondía explicar a maestros, sacerdotes, pastores, intelectuales o personas de acendrada cultura. Consignas y extraños procedimientos se dictan a las masas, en forma explícita o implícita, por los medios masivos de comunicación, las redes sociales, las plataformas e influenciadores de todo pelambre. Hay quienes pretenden gobernar por lacónicos mensajes escritos por la red de X.
Michel Foucault, connotado filósofo francés, sostuvo que “el intelectual decía la verdad a los que todavía no la veían y en nombre de los que no podían decirla” (Un diálogo sobre el poder, 1988). Más adelante nos hace ver que los intelectuales, y hoy diríamos que también los influenciadores o ‘influencers’, “forman parte de ese sistema de poder, son los agentes de la conciencia y del discurso que forma parte de ese sistema” (Ibid.).
A la hora de juzgar, eran culpables los que enseñaban, los que ordenaban a los súbditos, como sucedió en la condena de Sócrates, el personaje más parecido a Cristo dentro de la cultura helénica que buscó hacer de la moral un objeto de raciocinio. Decían que solo se deben cumplir aquellas leyes que se juzguen razonables mientras que, para los jueces, fueran o no razonables, se deberían acatar.
Cristo, ubicado en un tiempo en que reinaba la manipulación directa, inmediata, explícita, de rostro identificable por parte de los que ostentaban el poder, pide perdón porque los soldados que lo martirizaban no comprendían lo que hacían pero que, de acuerdo con el derecho postmoderno, como el que emana de los altos tribunales, en Colombia, serían responsables y por tanto tendrían culpa.
Los centenares de soldados colombianos condenados a largas penas por falsos positivos ordenados o dirigidos por alguno de los superiores inmediatos, como las decenas de soldados que encontraron y repartieron millones de dólares encontrados en toneles de plástico, en las selvas surorientales de Colombia, no pudieron quedar libres arguyendo que no sabían de quiénes eran o con la treta de haber recibido órdenes perentorias de sus superiores.
Hay sociólogos que consideran, ahora, que las masas no requieren la presencia o la voz física de pedagogos o intelectuales que les dicten la teoría que deben conocer para llevarla a la práctica. La masa se moviliza ciegamente detrás del que ostenta el poder y repite enardecida las consignas sin preguntar. El filósofo Foucault explica que “el poder no está tan solo en las instancias superiores de la censura, sino que penetra de un modo profundo, muy sutilmente, en toda la red de la sociedad” (Ibid.).
En temporada de faraones, emperadores, reyes, dictadores y hasta libertadores, el poder ha estado en función de generar más poder y este poder ha sido antesala de crueles despotismos. Los grandes señores desprecian, con frecuencia, la sabia moraleja que se escucha en la película fantasiosa El Hombre Araña: “Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad”.
En esta época postmoderna, el poder mueve hilos secretos que convierten en maniquíes a súbditos o clientes ingenuos. El poder totalizador que, en unos casos, maneja un estado o una comunidad, a su antojo, sin una crítica lúcida y justa, es semejante al poder de la masa; una tiranía. Estanislao Zuleta, en sus lecciones de filosofía, llegó a decir: “Tanto las masas como los reyes son poder”.
Educadores e intelectuales han sido relegados en el recorrido por este tortuoso camino. Los intelectuales pasaron de moda. También muchas tesis brillantes con las que enfocaban los problemas sociales y políticos de sus épocas, planteadas por ellos. Opinaba Mario Vargas Llosa, intelectual de vieja data y Premio Nobel de Literatura que “No solo la desaparición de los intelectuales. Hoy las ideas parecen no ser el motor de los cambios, de las transformaciones sociales o culturales”.
En forma imperceptible, en los últimos siglos, se trocaron los intelectuales por los tecnólogos como motores de progreso. Como si los técnicos tuvieran las cualidades o virtudes para gestar, discernir y organizar los pilares de una cultura y una sociedad. A pesar de ese declive, se ha conservado y aumentado en forma desmesurada el poder, en todas sus variantes. El poder y el dinero son los mayores embellecedores. Despiertan la libido en las distintas clases y niveles sociales.
Somos manipulados, no por filósofos, sociólogos, administradores o profesionales en otras ramas del saber, sino por asesores de imagen y de marketing, a través de encuestas y de máquinas con engranajes soberbios, llámense televisor, radio, prensa, computador, internet, redes sociales, plataformas o Inteligencia Artificial. Pero, ahora, como antes, aparece, como una sombra detrás de las cortinas, alguien que maneja las palancas y tornillos, que orienta y pretende conseguir lo que sirve a sus intereses. Y, como en Hamlet, algún energúmeno detrás de la cortina da la estocada y la víctima cae entre un borbotón de sangre.
Las deformaciones obligan a sacudirnos. Debe renacer el interés por la voz de la conciencia, la argumentación y la cultura acendrada; no la cultura del espectáculo. Deben renacer las funciones creativas. El interés y el pulimento del destino lo debe buscar la sociedad de la que hacemos parte. Alguien debe porte la linterna, adelante, e iluminar la senda por donde avanzan la sociedad, la cultura, la ciencia, la política y el espíritu.
Necesitamos volver al sentido clásico de la educación: orientar a los educandos para que sigan la formación en principios y valores, los dictados de la razón, la manera de comportarse con honestidad, equilibrio y justicia. Que se forjen ideales, para sí y para la comunidad de la que se hace parte. Que cada uno nos sintamos miembros de una sociedad y luchemos a favor de su progreso.
Muchos padres piensan que al matricular a sus hijos en una institución educativa los entregan para que los formen aunque es bueno insistir en que la mayor carga de educación no la imparten en las instituciones educativas sino en la calle, en las discotecas, en contacto con amigos o con desconocidos, en ese universo infinito que apabulla a millones de individuos por medio de las redes sociales.
Cuando tienen los hijos a mano y podrían sentarse a dialogar con ellos no intervienen pero, ante una citación o unos pésimos resultados en el rendimiento académico, los padres entran en cólera cuando van a exigirles resultados a directivas y profesores que, de acuerdo al diseño de la realidad de la que hacen parte, son los menos informados sobre las actuaciones extra curriculares de alumnos y alumnas.
Cristo, en su primera palabra, “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”, si hubiese tenido aliento, aire y auditorio dispuesto a escucharlo ante el púlpito de la cruz, podría agregar: Perdónales porque no saben lo que dicen. Perdónales porque no saben lo que pretenden. Perdónales porque no saben lo que fraguan a escondidas. Perdónales porque no saben lo que deberían saber.
Debemos preocuparnos, no tanto por almacenar datos, como por organizar, en forma sólida, principios y valores antes de ponerlos en práctica dentro del marco de una sociedad que, a la vez, educa y confunde. Cada sociedad, cada mundo busca afanosamente una utopía y E.M. Cioran, en medio de su amargura, lo advirtió serenamente: “En la visión utópica todo es admirable y todo es falso”. La ecuanimidad nos ayuda a saber a qué atenernos.
Así como Cristo, hace dos mil años, se dirigió al Padre para pedir que perdonara a sus verdugos porque no sabían lo que hacían, que, en nuestro caso, ruegue que el Padre nos perdone por no saber que no sabemos y, muchas veces, por no importarnos. Pasó de moda lo que antes se llamaba argumento de autoridad. La autoridad que antes era plenamente identificable ahora se diluye en forma de noticia, de propaganda, de encuestas ciertas o deformadas.
Por muchas circunstancias nos equiparamos, en cuanto a ceguera mental y moral, con los contemporáneos de Cristo; estamos sumergidos en el reino de los medios masivos en donde no somos vistos, ni tenidos en cuenta, ni tratados como personas o sea aquellos seres que se comportan per se (por sí), sino como fichas, como números, como NN., como rating. Cada uno nos suma de acuerdo a sus intereses sin haber solicitado nuestro permiso.
Que el Padre nos juzgue por lo que hacemos u omitimos deliberadamente pero no por lo que ordenaron otros por muy encumbrados que aparezcan. Que las personas logremos convertirnos en protagonistas de un destino trascendente y que, al contrario de la soldadesca, en el Monte de los Olivos y en el Monte Calvario, no seamos manipulados por los gobernantes y convertidos en cifras, fichas o votos con los que ocultos personajes alcanzarán sus fines siniestros.
Octavio Hernández Jiménez
OCTAVIO HERNÁNDEZ JIMÉNEZ
(San José de Caldas, 1944), bachiller del Colegio Santo Tomás de Aquino de Apía (1962) y luego profesor del mismo centro educativo. Profesor de la Universidad de Cundinamarca (1974-1975). Profesor Titular y Profesor Distinguido de la Universidad de Caldas, en Manizales (1976-2001). Primer decano de la Facultad de Artes y Humanidades (1996-1999) y Vicerrector Académico (E.) de la misma Universidad (1996). Premio a la Investigación Científica, Universidad de Caldas, (1997). Primer Puesto en Investigación Universitaria, Concurso Departamento de Caldas-Instituto Caldense de Cultura (2000). Primer Puesto Categoría de Ensayo Nuevos Juegos Florales, Manizales, (1993 y 1995). Miembro Fundador de la Academia Caldense de Historia, Socio Fundador del Museo de Arte de Caldas, Miembro de la Junta Directiva de la Orquesta de Cámara de Caldas. Orden del Duende Ecológico (2008).
* OCTAVIO HERNÁNDEZ JIMÉNEZ ha publicado las siguientes obras: Geografía dialectal (1984), Funerales de Don Quijote (1987 y 2002), Camino Real de Occidente ( (1988), La Explotación del Volcán (1991), Cartas a Celina (1995), De Supersticiones y otras yerbas (1996), El Paladar de los caldenses (2000 y 2006), Nueve Noches en un amanecer (2001), Del dicho al hecho: sobre el habla cotidiana en Caldas (2001 y 2003), El Español en la alborada del siglo XXI (2002), Los caminos de la sangre (2011), Apía, tierra de la tarde (2011). Su ensayo “El Quijote en Colombia” hace parte de la Gran Enciclopedia Cervantina, de Carlos Alvar (2006).
* “El humanista Octavio Hernández Jiménez contribuye a la afirmación de la cultura popular en Caldas. Él, con ese orgullo caldense que siempre expresa en sus escritos, se ha empeñado en divulgar el folclor regional, pensando siempre en afirmar la identidad y autenticidad de la cultura caldense en el marco y relaciones con la cultura popular colombiana. El humanista caldense tiene una fuerza cultural muy significativa en el conocimiento y cultivo del folclor y en los aspectos diversos de la cultura popular que reflejan la esencia del alma colombiana. Octavio Hernández en su obra transmite la idea de que es necesario fortalecer en los caldenses la conciencia regional y nacional como pueblo de grandes valores y atributos” (Javier Ocampo López, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua y de la Academia Colombia de Historia, en el texto “Octavio Hernández Jiménez, el humanista de la caldensidad”, 2001).
Título: Orden del Duende Ecológico.
“República de Colombia/ Alcaldía Municipal San José Caldas/ Nit. 810001998-8/ II Fiestas de Mitos y Leyendas. Resolución Nro 093-08 Octubre 09 de 2008. Por medio de la cual se otorga la Orden del Duende Ecológico. El Alcalde Municipal de San José Caldas, en ejercicio de sus facultades Constitucionales y, CONSIDERANDO: Que mediante el Acuerdo Municipal número 216 de 2008, se creó la Orden Del Duende Ecológico, máxima condecoración que el Alcalde Municipal concede a sus ciudadanos más destacados. Que es deber de esta Administración exaltar las cualidades y virtudes de una Persona Ilustre del Municipio que con su actuar ha dejado en alto el nombre del Municipio. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez es reconocido como un señor íntegro en medio de sus labores misionales, amante de la tradición y cultura propias de nuestra región, las cuales da a conocer como embajador de nuestro municipio a nivel regional y nacional. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez se ha destacado como un insigne señor, cívico por excelencia, colaborador incansable; se ha hecho presente en el desarrollo de importantes programas que han impulsado el progreso de nuestro Municipio, difundiendo ejemplo para presentes y futuras generaciones. Que el Doctor Octavio Hernández Jiménez se ha destacado en el estudio de la influencia de los mitos y leyendas y su divulgación dentro del Municipio de San José Caldas. Que según estudios realizados por el Doctor Octavio Hernández Jiménez, dentro de la historia del municipio se creó la figura del Duende Ecológico para preservar las aguas, nombre que hoy recibe la presente Orden. En mérito de lo expuesto, RESUELVE: Artículo Primero: Otorgar la Orden Duende Ecológico al Doctor Octavio Hernández Jiménez. Artículo Segundo: Exaltar las cualidades de tan ilustre personaje, quien con su excelente desempeño ha dejado un gran legado en el arte de escribir y en la conservación del patrimonio cultural. Artículo Tercero: Hacerle entrega de una placa al Doctor Octavio Hernández Jiménez, en acto público a realizarse el día 09 de octubre de 2008. Artículo Cuarto: Copa de la presente resolución será entregada en nota de estilo al Doctor Octavio Hernández Jiménez, en dicho acto. Comuníquese y cúmplase. Expedida en San José Caldas, a los nueve (09) días del mes de octubre del año dos mil ocho (2008). Daniel Ancízar Henao Castaño, Alcalde Municipal”.
octaviohernandezj@espaciosvecinos.com
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