TÓTEM PARA LOS CALDENSES (I)

 

Octavio Hernández Jiménez *

 

La noción primaria de tótem se cumple con los seres de la naturaleza, como accidentes geográficos, topográficos, hidrográficos, plantas y animales que estén inscritos en un medio físico y cultural determinado.

 

Los habitantes de una región consideran que ciertos seres naturales que conforman su medio ambiente están dotados de propiedades especiales que influyen en sus vidas y su suerte. Son seres que se salen del esquema de seres naturales e idénticos a los demás y empiezan, por razones culturales, mitológicas, tabúes o asuntos fetichistas, a ejercer influencias sobre la sicología de ese pueblo, sobre sus creencias, ritos y costumbres.

 

Una montaña puede ser tótem para un pueblo. El Nevado del Ruiz, para los manizaleños que vibran cuando lo ven despejado: “Ay Manizales de nácar/ ay Manizales de armiño”; esas metáforas son expresiones inspiradas en el tótem de esa montaña enhiesta. El Cerro de Tatamá, que para los manizaleños dice poco aunque haga parte del paisaje de sus tardes pues allá es en donde se escenifican los esplendorosos atardeceres, es tótem de primera magnitud para San José, Belalcázar, y sobre todo para Apía y Santuario, municipios de Risaralda que sienten orgullo de morar en sus laderas.

 

El Cerro del Ingrumá, para los riosuceños; el Cerro Batero para los de Quinchía, el Alto de Cristo Rey o del Madroño, para los belalcazaritas; el Valle del río Risaralda para varios pueblos como los de la Cuchilla de Belalcázar y ante todo Viterbo; el río Cauca para los habitantes de La Virginia y Arauca, en el Eje Cafetero; el río Otún es una corriente totémica para los pereiranos; el río Magdalena para La Dorada y, en la mayoría de nuestros municipios, un promontorio a donde van a pasear en tardes soleadas, a donde llevan orgullosamente a las visitas, hacen procesiones en ocasiones especiales y han puesto en su escudo, en sus himnos, referencias y programas.

 

Están dotados de elementos totémicos los cerros orientales, el salto de Tequendama y las salinas de Zipaquirá para los bogotanos y cundinamarqueses; los estoraques para Ocaña (N.S.), el Cerro de la Popa para Cartagena, el río Magdalena llamado el río de la Patria para Girardot, Honda, Barranca, Barranquilla; la Sierra Nevada para los arhuacos y samarios; el Cerro Nutibara para Medellín; Los Cristales, las Tres Cruces y Cristo Rey para Cali; los llanos orientales para los llaneros; la selva para amazónicos o chocoanos y el desierto que espejea para los guajiros.

 

Si una característica topográfica o un ser viviente sugestiona a un pueblo y elabora con esa sugestión algunos comportamientos culturales, estamos en presencia de un tótem. Hay quienes, desesperados por la pobreza, se han hecho a la idea que si tienen en la casa una penca de sábila o una mata de dólar los favorecerá la buena suerte.

 

Es posible que el arbusto del café sea el tótem general para aquellos municipios y veredas que integran el Paisaje Cultural Cafetero. En todo caso, el café para nosotros es mucho más que un cultivo y un asunto de economía regional. Ha sido objeto de sus desvelos, presentimientos, alegrías y tristezas. Se habla del café a toda hora, con la lluvia de la noche, después de un prolongado verano, de un amanecer alegre, cuando ha florecido o cuando no lo pueden abonar. El café ha motivado, como en este 2013, paros y enfrentamientos con un gobierno sordo.

 

Pueblos antiguos y actuales tienen prohibido el consumo de carne de ciertos animales; otros animales les enseñan los comportamientos que deben seguir; ven en determinado árbol o determinada flor un símbolo, la razón de su orgullo, de su fortaleza o de sus males. El cóndor en el escudo de Colombia es la representación de un tótem como también son totémicas la palma de cera y la cattleya Trianae.

 

En el reino vegetal existen los tótems a varios niveles. Los nombres imaginativos de las plantas demuestran la sugestión que su vista o presencia, en una casa, en un corredor, en un jardín, en una huerta ofrecen esos vegetales sobre sus habitantes y personas que frecuentan ese sitio. Las araucarias son enhiestos árboles totémicos de Santa Rosa de Cabal.

 

Que en Manizales hayan señalado por decreto de la alcaldía al “barranquero” (ave que anida en los barrancos) como símbolo del municipio es un acto totémico. 

 

Igual ha sucedido con la guadua, palma utilizada por los colonizadores para sus construcciones de bahareque, que la gobernación del departamento declaró árbol totémico de Caldas y a la tierna josefina, casi siempre vestida de morado pálido, como su flor emblemática.

 

En la medicina casera basada en plantas del contorno hay totemismo. El ser humano ha creído que esos vegetales esperan que se fijen en ellos y que ellos estén puestos, ahí, por Dios o por la naturaleza para su beneficio y su compañía. Lo mismo se puede decir de los animales. Esas creencias se reproducen en un ámbito geográfico determinado y a través de un tiempo.

 

Se arrancó el siglo XXI creyendo que beber sangre de gallinazo cura al ser humano de cáncer y de Sida o que consumir cuerno de rinoceronte aumenta la libido sexual. Ilusos.

 

Transcurren siglos y milenios y el hombre, en muchos aspectos, es como si apenas se asomara a la boca de las cavernas.

La guadua y la josefina son plantas totémicas y emblemáticas del Departamento de Caldas.

 

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