TENACIDAD EN FERNANDO BOTERO

 

Octavio Hernández Jiménez *

 

Tratando de restarles trascendencia, la gente habla de las gordas de Botero, sin pensar que no se trata de seres obesos sino de una técnica escogida por el artista “casi intuitivamente”, y según la cual, si a un miembro del cuerpo o una parte de un objeto, en el cuadro o la escultura, se disminuye su tamaño natural, con relación al conjunto, eso hace que muchos vean la obra desproporcionada o deforme. Eduardo Serrano dijo sobre ese punto que había alertado a Botero sobre “las virtudes de la desproporción”.

 

Alguna vez, el maestro comentó que había decidido acudir a esta inventiva cuando, en 1956, pintó el agujero de una mandolina más pequeño de lo que debería ser, con relación al resto del instrumento musical, y la mostró, con éxito, en una exposición en Washington. Botero dijo sobre los que consideraban que él pintaba gordos que: “La gente sin información sobre el arte los ve como gordos. Lo que hice, en 1956, fue encontrar una forma muy original y totalmente mía para expresar el volumen, porque con eso el instrumento se vio mucho más monumental”.

 

Desde comienzos de la década de 1950, trabajó la pintura, de manera intensa, en Medellín (hasta los 16 años de edad), Bogotá (desde los 17 años), Madrid (en donde copió a los grandes maestros, como Tiziano, en el Prado), Florencia y el norte de Italia (dos años estudiando los pintores del Renacimiento), México, Nueva York (se quedó allí 14 años), Paris, Montecarlo, Pietrasanta y en otros parajes del mundo. Siempre trabajó el arte figurativo.

 

En los festejos para celebrar sus ochenta años de vida (2012), hizo la cuenta de las series de obras que había realizado como: Versiones de Grandes Obras (1964), Tauromaquia, compuesta por óleos y dibujos sobre la fiesta brava (1992), Violencia en Colombia (1999), Maestros de la pintura, entre ellos Da Vinci cuando creó la “Mona Lisa de 12 años”, y luego la pintó de otras edades; pintó varios cuadros como homenaje a Picasso (1998),”Homenaje a Mantegna” (1958), en algunos lienzos aparece el pintor acompañado de grandes artistas como en la “Cena con Ingres y Piero della Francesca” (1972), “Homenaje a Vermeer”; en el homenaje a Matisse pintó “una naturaleza muerta con flores azules” y, como un ex voto, el artista aparece en la parte baja de “La Virgen con Botero”.

 

Desde mediados del siglo XX, Botero puso su atención en la violencia colombiana. En 1949, dio a conocer Mujer Llorando y, en 1952, Frente al Mar. A finales de la década de 1950, los monstruos nacionales se instalaron en la obra boteriana, como en “Rapto” y “Diablo con pecadora”. La gente habló del “feísmo” en la obra de Botero.

 

El duende de los desastres aparece en la mayoría de las 50 obras sobre la Violencia colombiana que Fernando Botero donó al Museo Nacional de Colombia, en mayo de 2004.  Obras como Vive la Muerte, Una Víctima, Muerte en la Catedral, Río Cauca, Quiebrapatas, Un Secuestro, Masacre de Mejor Esquina, Carrobomba, Esmeralderos, Guerrilleros, Tirofijo, Pablo Escobar conforman un catálogo de horrores históricos y delincuenciales, en óleo, carboncillo, acuarela y lápiz. Ubicarse ante ellas es repasar la interminable página roja de nuestra historia patria.

 

En los diez años finales del siglo XX y comienzos del XXI, Fernando Botero dejó constancia de las pesadillas provocadas por la violencia en Colombia (guerrilla, narcotráfico, paramilitarismo) pues, según el maestro Botero “Sentí la obligación moral de dejar un testimonio sobre un momento irracional de nuestra historia”.

 

En los primeros años del siglo XXI, pintó 80 obras sobre las torturas en la prisión de Abu Ghraib, ubicada en Irak, basándose en más de 2.200 fotos que se conocieron en 2004, y que denuncian a los soldados norteamericanos que participaron en la Guerra del Golfo Pérsico, cuando abusaban y torturaban, en forma despiadada, a muchos de los 2.000 encarcelados en esa cárcel siniestra. Tema poco deleitable, como diría Eduardo Serrano, para aquellos que opinan que “el arte debía, en primer lugar, producir placer estético y que el Maestro guio su obra por ese derrotero la mayor parte de su vida”. Botero donó 47 cuadros de esa serie a la Universidad de Berkeley (EE.UU.). Conmovían más a los espectadores que lo que alcanzaban las fotografías.

 

Ante las obras sobre la Violencia colombiana y sobre la prisión iraquí, el ser humano experimenta sensaciones distintas a las sensaciones habituales. El arte, para unos como función y para otros como esencia misma, está dotado de una fuerza interior que se transmite a quien se fije y se deje impregnar por él. Buscar el arte y abrir el alma en su presencia es dejarse bañar por una luz que inquieta, intriga, calma, dulcifica, conmueve, cuestiona, desespera, pero que no deja impasible a la persona que se ubica ante él. El arte transforma, así sea momentáneamente, a quien lo asume. Arte ya no es belleza. Arte es emoción y conmoción interior.

 

Pero no todo fue denuncias. A través de 70 años demostró su talento pintando bodegones, amantes en pícnic, mujeres desnudas, en sus camas o acicalándose frente al espejo, además de infinidad de escenas cotidianas de los colombianos, la Apoteosis de Ramón Hoyos, Nuestra Señora de Colombia, las calles empedradas de los pueblos con la bandera colombiana en las ventanas, los volcanes con sus fumarolas, terremotos que no dejan piedra sobre piedra,  además de personajes de la clase alta con sus sarcásticas pompas y vanidades. Pintó “El sueño místico de Cosme”, cuadro en el aparecen varios obispos haciendo la siesta, otro se llama Arzobispos Muertos, la Monja que obsequió al Palacio de Nariño en tiempos del presidente Betancur y que luego utilizó Osuna para sus célebres caricaturas, la Familia Presidencial (1966), políticos, militares, religiosos, burócratas, amantes apacibles y un variopinto mundo de prostitutas; la Casa de María Duque, Diablo con Pecadora y muchos seres más de la vida cotidiana, la mayoría de esos cuadros pintados con ironía y humor.

 

El artista Fernando Botero venía combinando lo tradicional con lo moderno. En parte de sus obras catalogadas como folclóricas por muchos espectadores se desbordan la ingenuidad y el humor mientras que, en otras, como las naturalezas muertas de la primera etapa, se percibía la más exquisita poesía.

 

Una temporada mística en su obra fue aquella en la que pintó 27 óleos que integran la conmovedora serie del Vía Crucis de Cristo que, por los escenarios y actitudes de muchos de sus personajes, parece que el pintor repasara las páginas más sangrientas de nuestro violento devenir. Antes ya había pintado varios cristos como el “Tríptico de la Pasión”.  

 

En forma apoteósica, copó con sus bronces lustrosos, los Campos Elíseos de París (1992), Park Avenue de Nueva York (2011), Puerta de Brandenburgo en Berlín (2007), Paseo de la Castellana, en Madrid, Jardines de Montecarlo, Piazza della Signoria de Florencia, Venecia (2003), Roma, Barcelona, Hong Kong (2016), Jardines de Chatsworth (Inglaterra, 2009),  fuera de exposiciones en Tokio, Singapur, Shanghái, Zurich, Santiago, Buenos Aires, Jerusalén, Washington, Estocolmo, Noruega, Milán, México, Bilbao, Moscú,  Dubai y otros centros artísticos en donde el público se admiró con la monumentalidad, la fuerza y las sensaciones que transmitía el artista. No es exagerado decir que “Conquistó el mundo”.

 

Son dignas de mención y gratitud las valiosas donaciones de obras propias y de la colección particular de otros maestros de la pintura universal de los siglos XIX y XX, que Fernando Botero donó al pueblo colombiano, recibidas por el Banco de la República (Museo Botero de Bogotá), el Museo Nacional, también en Bogotá y el Museo de Antioquia, en Medellín. Calculan que Botero donó más de 700 obras, entre pinturas y esculturas, productos de su perspicacia.     

 

En buena parte de sus óleos, acuarelas, sanguinas, carboncillos, lápices, mármoles y bronces, Botero recreó sus nostalgias y la intención de permanecer atado a su país. Antes de que la crítica y los medios de comunicación catalogaran a Botero como el artista plástico colombiano de mayor renombre mundial, este había declarado que “el mejor pintor de Colombia es Vásquez Ceballos”, y confesó que seguía buscando “el duende de Colombia” que, por cierto, es el tema perenne de Botero: “He pintado a Colombia toda mi vida”. Se puede decir que cuando Fernando Botero exclamó “Colombia me duele horriblemente” estaba declarando que había encontrado nuestro duende.